El junquerismo no es amor, pero tampoco es una ideología. Lo digo para precisar lo escrito por Carles Castellanos, el histórico militante independentista, en el artículo "El què i el com del Junquerisme". Castellanos, que hoy en día es militante de Poble Lliure —y por lo tanto de la CUP—, pero que antes militó en uno de los dos MDT y mucho antes en IPC y todavía más años atrás en el PSAN-P, el PSAN y en el FNC, no creo que defienda un sistema de ideas económicas, políticas o sociales, que es lo que define la ideología, muy diferente de lo sostenido por Oriol Junqueras o el partido-madre, como lo denomina él, ERC. No pretendo corregir lo escrito por una persona a la que respeto, pero con quien he discrepado toda la vida, no por razones ideológicas, sino porque discrepaba de su manera de entender la acción política. Suscribo de pe a pa el artículo de Castellanos, menos el apartado que dedica a la supuesta “dilución ideológica” del independentismo promovida por el junquerismo. Para mí, el independentismo no es una ideología, como tampoco lo era el catalanismo, sino que es un movimiento ideológicamente plural. Dichosamente, hay independentistas de izquierdas, de centro y de derechas, como antes, y desde los orígenes, había catalanistas progresistas (Almirall) y conservadores (Prat de la Riba). Debería haber muchos más. El problema del junquerismo no es la ideología que profesa, aunque resulta costoso saber muy bien cuál, porque la mezcla de ideas místicas y políticas invita a pensar que es algo así como un nacionalcatolicismo que, personalmente, me da repelús. Se parece mucho a lo que defendían algunos antiguos convergentes.

El junquerismo es, pues, la expresión de una forma de entender la acción política. Las discrepancias que un independentista de izquierdas tiene con Junqueras y ERC son, sobre todo, las que se derivan de la forma de obrar oportunista de este partido. No son necesarios muchos ejemplos para probar que Esquerra defendía actuar de una manera en 2017 que es exactamente la opuesta a la que defiende ahora. Entremedias, no ha habido ningún tipo de autocrítica, de reflexión seria sobre su cambio de posición. La manera de justificarse ha sido acusar a los demás, a los puigdemontistas, que tampoco tienen una única ideología, de defender un independentismo mágico. El 5 de mayo de 1936 se celebró un pleno del Parlament de Catalunya que acabó en un follón entre el president Lluís Companys y el diputado de Estat Català Josep Dencàs, miembro también de ERC, a propósito de qué había ocurrido el Seis de Octubre de 1934 (véase el DSPC). Los reproches fueron realmente contundentes, en especial los de Companys contra quien, después de huir por las cloacas, todavía quería tener razón. Companys no le dejó pasar ni una y aun así confesó que “el desastre de organización del 6 de octubre afecta singularmente a V.S., y tengo que reconocer que también a nosotros porque habíamos creído en las dotes de organización de V.S. Lo hemos pagado, pero también nos afecta a nosotros […] pues reconozco que la mía era una actitud en aquel momento un poco temeraria”. ¿Se imaginan un debate como este entre políticos del mismo sector en el actual Parlament de Catalunya? Yo no, francamente. El parlamentarismo ha dejado de serlo desde que la partitocracia domina el pensamiento inteligente de sus señorías.

A medida que la normalidad se apodera de los políticos del interior, es más clara la deriva del junquerismo por transformarse en la izquierda federal en Catalunya

Companys reconocía que había sido un temerario dos años después de los hechos de octubre de 1934 y el independentismo no quiso darse por enterado. Obrar de una forma temeraria es lo que hizo Esquerra antes de los hechos de octubre de 2017 y todavía no lo ha querido reconocer. Quizás si Puigdemont hubiera pronunciado las palabras de Companys, todo ello se interpretaría de otro modo. Asumir la propia culpa es más efectivo que mostrar las debilitadas del otro. Sea como fuere, el junquerismo post 2017 ha mutado. Ya no habla de independencia. En este sentido sí que tendría razón Castellanos sobre que el independentismo de Esquerra se ha convertido en una ideología, en cuanto que lo defiende solo como un ideal, como una aspiración tan utópica como pueda serlo la implantación del socialismo. A medida que la normalidad se apodera de los políticos del interior, es más clara la deriva del junquerismo por transformarse en la izquierda federal en Catalunya, incluso en el planteamiento que tiene sobre la lengua. Desde que ERC se transformó en un partido doctrinalmente de izquierdas, una vez destronados los liberales de Barrera y Hortalà, la aspiración, casi la obsesión, ha sido sustituir al PSC y a lo que quedara del antiguo espacio que ocupaba el PSUC. No basta con que un partido aspire a representar un espacio, necesita concretar cuál.

El sonsonete sobre el independentismo es, pues, retórica, porque Esquerra lleva tiempo buscando representar otra cosa, más próxima a lo que históricamente había representado el semanario L’Opinió y su núcleo promotor formado por Joan Lluhí i Vallescà, Joan Casanelles, Pere Comas y Antoni Xirau. La Fundación Irla acaba de publicar un magnífico estudio de Jaume Guillamet sobre este semanario republicano y socialista, según su autodefinición, que participó en la fundación de ERC en 1931. El tam-tam sobre la ampliación de la base, la integración de políticos procedentes de otros partidos para los cuales el independentismo es táctico, se ha amplificado últimamente. Baste para probarlo leer los artículos de Jordi Muñoz, Eduard Voltas, Joan Manuel Tresseras, Enric Marín o bien las declaraciones de Joan Tardà, Gabriel Rufián, Elisenda Alemany, Ruben Wagensberg o Joan Ignasi Elena. En ellos se vislumbra la influencia de los partidarios de vincular Esquerra a la operación de confluencia de la llamada izquierda plural española. En el último artículo de Eduard Voltas, por ejemplo, escrito como respuesta a otro de Xavier Domènech en nombre de la Fundació Sobiranies, demuestra hasta qué punto los maître à penser republicanos han cruzado el Rubicón para convertir el junquerismo en una tendencia más de la izquierda española. Al aceptar la lógica de que la solución a los males actuales pasa porque “los independentistas (que no dice quiénes son), los soberanistas e incluso los regionalistas actúen como un bloque histórico (la expresión es mía) y negocien con el PSOE la investidura y el programa de legislatura”, se da a entender que lo que ahora procede es negociar una especie de proceso constituyente español. Si eso va acompañado del hecho, proclamado bien alto, que al parecer Esquerra (los republicanos) y Junts (los independentistas) no pueden acordar una estrategia conjunta de negociación con el PSOE, la opción está clara. La independencia ya no es la prioridad.

¿Quién tiene miedo a la palabra España? Esto se preguntaba en un artículo reciente un viejo alto cargo del tripartito nombrado por Esquerra, Albert Sáez, que entonces trabajaba codo con codo con Eduard Voltas. Sáez es hoy directivo de Prensa Ibérica, promotora de un nuevo diario, El Periódico de España, que sale de lunes a viernes y se vende solo en Madrid. Madrid es España, como dice Ayuso. La primera portada de este diario es muy significativa, incluso por la fecha elegida para estrenarse (12-O): “Díaz, Colau y Oltra lanzarán su alianza sin Podemos”. Leída la noticia, no hacía falta tener mucha imaginación para añadir los nombres de Junqueras y Otegi a la suma con el PSOE para acabar con Podemos. Ningún independentista tiene miedo a la palabra España. Solo se quiere separar de ella. Quien tiene más dificultades para asimilarla es el junquerismo, precisamente, porque su éxito va ligado al mantenimiento de un gobierno de izquierdas en España y a la articulación de este espacio político que le debería permitir mantener su autonomía y las siglas. Entretanto, el independentismo de los republicanos se transformará en un reclamo sentimental para justificarlo todo y para autojustificarse. El pujolismo más o menos ya era eso antes de caer por el acantilado ahorcándose con la cuerda del PP.