1. El futuro no tiene buena cara. Esto es lo que se desprende de una encuesta del ICPS, un consorcio adscrito a la UAB y en manos de los socialistas desde los acuerdos de Junts con el PSC en la Diputación. Se lo cuento porque, como todo el mundo sabe, las encuestas tienen padre y madre y por eso hay que leerlas con cuidado. Francesc Abad lleva años que desde su blog Dies de fúria, dies de glòria ofrece una lectura crítica de todas las encuestas que se publican. Abad no esconde sus preferencias, pero aporta mucha información para que cada cual haga una lectura crítica de la avalancha de datos que nos proporciona una encuesta. Los medios de comunicación reducen las encuestas a la proyección electoral, que es lo más sabroso —o eso creen— para los lectores. El ejercicio de titular quién ganaría y quién perdería unas nuevas elecciones según una encuesta con algunos sesgos estadísticos, casi siempre queda desmentido por las urnas, que es la única encuesta real. Entretanto filosofaremos sobre por qué los socialistas y los republicanos repiten como partidos más votados, con el mismo orden que el 14-F. En este sondeo se ha suprimido, además, la pregunta binaria para conocer la opinión de la ciudadanía sobre la independencia en caso de que se convocara un referéndum. Se formulaba ininterrumpidamente desde 2011. En 2019 los partidarios del “sí” a la independencia eran el 58,6 % de los votantes y en 2020 el 57,4 %. Ahora ya no lo sabemos. Por lo que parece ya no interesa saberlo. Más bien se quiere maquillar. En 2016, por poner un ejemplo, Josep Ramoneda declaraba que había votado por la CUP y que votaría sí en un referéndum de independencia. Hoy en día, algunos radicales de entonces quieren esconder la cabeza bajo el ala.

2. ¿Estamos transitando del proceso al retroceso como insinúa el ICPS? Si prestamos atención a los datos que aporta la encuesta, bien es verdad que todavía no, por mucho que el ambiente mediático se esfuerce en aparentar que sí. Puesto que soy mucho menos pesimista que Abad, no creo que estemos “instalados en la derrota”, como afirma él. Es verdad que la encuesta indica que solo un 39,4 % de los 1.200 entrevistados está a favor de la independencia, muy lejos, por lo tanto, del 52 % (que es un porcentaje sobre el voto emitido y no sobre el censo) que representan hoy en el Parlamento Esquerra, Junts y la CUP. Pero es que, a los encuestados, como ya he dicho, no se les plantea una pregunta dicotómica, sino que se les presentan un abanico de posibilidades para que manifiesten sus deseos: “¿A usted cómo le gustaría que acabara el proceso soberanista?” O bien: “¿Usted cómo piensa que acabará el proceso soberanista?” Solo el 29,3 % de los encuestados responden que querrían que el proceso acabara con la independencia y un exiguo 8 % confía que esta opción será finalmente posible. Por lo tanto, visto así, el retroceso está servido, supongo que con gran alegría por parte de quien corresponda. Algo no cuadra, porque la realidad —sí, sí, la realidad— es muy diferente. Todo el mundo la palpa como puede y, claro, no es el mismo hacerlo desde los salones del Círculo Ecuestre que desde el bar del Ateneu Igualadí de la Classe Obrera. Siempre ha sido de esta forma. El veredicto de verdad es el que sale de las urnas. La realidad es que elección tras elección, el independentismo es mayoritario en las urnas. Es cierto que son posibles otras mayorías, pero entonces quienes den el paso para librar la Generalitat a los promotores de la represión y el 155 lo tendrán que explicar muy bien. Mantener el apoyo electoral con un engaño mayúsculo como ese no sería fácil. Pan para hoy, hambre para mañana, advierte el proverbio.

3. Es muy difícil gestionar una derrota. 2017 acabó mal porque los dirigentes políticos demostraron no estar preparados para gestionar la movilización popular. Nadie ha sabido entonar un mea culpa con toda la sinceridad necesaria, por dolorosa que fuera, para poder superar el luto provocado por la represión y el exilio. Una autocrítica que no implique ningunear el 1-O y, sobre todo, el 3-O, sino asumir que el llamado estado mayor del proceso no supo estar a la altura de las circunstancias. La historia no los absolverá. Cuando los futuros historiadores analicen los hechos de octubre de 2017, resaltarán, precisamente, cómo una pésima dirección política frustró la movilización popular pacífica más importante del primer tercio del siglo XXI. Lo que la encuesta del ICPS no explica es por qué solo un 52,8 % de los votantes de Esquerra, teniendo en cuenta el recuerdo de voto del 14-F, manifiesta que les gustaría que el proceso culminara con la independencia. Hace tres años era el 72,4 %. Ahora, además, un 43,7 % afirma que les gustaría que el proceso abocara a un retroceso mediante un acuerdo con el gobierno español para dotar a Cataluña de más autogobierno. Es raro que los votantes de un partido independentista no deseen la independencia. Únicamente encuentro una explicación. A la vista de las declaraciones de los principales dirigentes de Esquerra, el viejo partido republicano se ha convertido en el refugio de muchos antiindependentistas que no querían que se repitiera el sorpasso de Junts del 21-D de 2015. Los votos que perdió Esquerra (330.280) el 14F, quizás hayan sido sustituidos, en parte, por nuevos votantes procedentes de otras formaciones —socialistas y convergentes, especialmente— que tienen prisa por volver al viejo régimen del 78. Pero la mayoría se abstuvo.

4. Un 84 % de los votantes de Junts y un 85,7 % de la CUP son declaradamente independentistas. Tres años atrás solamente eran el 77,4 % de Junts y el 79,7 % de la CUP. A pesar de esta fuerza legitimadora, enrocarse en el no a todo no es una opción. La CUP ya sabemos por qué lo hace. Su anticapitalismo es tan granítico que a menudo no ausculta bien la coyuntura, además de blandir la tópica “superioridad moral” de una determinada izquierda. También hay que decir que el desacuerdo de la CUP para aprobar los presupuestos más expansivos y progresistas que haya elaborado jamás un consejero de Junts tiene un trasfondo político más profundo. Los anticapitalistas han aprovechado la ocasión para desmarcarse de Esquerra y enviar un aviso para navegantes al presidente Aragonès. Por lo tanto, convendría no confundir el envoltorio con la razón de fondo. Claro está que Junts lo ha puesto fácil. La obsesión de Junts por demostrar que ellos son más independentistas que Esquerra (cosa que, como hemos visto, no necesitan para nada) a menudo va en contra de una de las ideas-fuerza del proceso: que con la independencia se podrían gestionar mejor los problemas concretos de la gente y aumentar su bienestar. Si uno mismo esconde el trabajo del consejero más destacado del Govern, queda demostrado que el partido está equivocado y muy mal dirigido. Giró ha conseguido aprobar los presupuestos en tiempo y forma oportunos por primera vez. En vez de esconderlo, deberías reivindicar a tu consejero como el arquitecto de una negociación exitosa. Sin renuncias programáticas. En la primera ronda de contactos para preparar el debate de presupuestos, Albiach dijo a Giró, tajante: “nosotros estaremos cuando vuelva a fallaros la CUP”. Las verdades dañan más al hipócrita que al receptor.

5. Si el secretario general de Junts proclama en público "que no tiene claro el camino hacia la independencia", la única salida que le queda es marcharse. Está condenando a su partido a la marginalidad. Todo el mundo tiene derecho a estar cansado, pero no que su cansancio lo paguen los demás. Para consolidar una mayoría parlamentaria independentista no es bueno caer permanentemente en el tacticismo. Ni tampoco es bueno renunciar al posibilismo, que es lo que engrandeció al catalanismo mientras duró. Para la mayoría de los votantes, Junts es un partido independentista, tanto como la CUP, sin embargo sus electores también le reclaman soluciones para hoy y no para después. A la hora de la verdad, los anticapitalistas ponen por delante la ideología a la unidad independentista, mientras que Junts es capaz de hacer concesiones, sin ahorrarse las críticas internas, para mantener la unidad perdida. Ha quedado demostrado que el acuerdo de investidura de ERC con la CUP fue precipitado, porque a los seis meses es papel mojado. Lo suyo sería aceptar que la investidura se debería haberse negociado a tres bandas si se quería llegar a una unidad estratégica. Las encuestas no son una fotografía de la realidad, aunque sí que indican tendencias. Eso es lo que debería preocupar a los dirigentes de Junts. Deberían salir de la madriguera parlamentaria y de Twitter para participar en los movimientos sociales, aquellos que está probado que ensancharon el independentismo y que el estado mayor no supo dirigir. Entonces ya cayeron en el error de no hacer caso del efecto que tendría que dos millones de personas "ocuparan" Cataluña con los dirigentes de los principales partidos al frente. Ahora eso ya es agua pasada. Sin embargo, la opción no es caer en la nostalgia (que es el refugio de los perdedores) ni en el derrotismo. El retroceso solo se combate con un nuevo proceso que sea definitivo.