Lo peor de saber que el Tribunal Supremo ha decidido que el MNAC tiene que devolver las obras de arte de Sixena no es la noticia en sí, sino la reacción a ella: cuatro tuits solemnes, declaraciones inocuas del Molt Honorable y qui dia passa, any empeny. El enésimo "bla, bla, bla", que decía Jep Gambardella. Otro capítulo, en definitiva, en el serial del espolio patrimonial, identitario y espiritual que Catalunya sufre desde tiempos inmemoriales, pero que del 2019 para acá está alcanzando cotas nunca vistas desde 1939. Sixena es uno más, pero desgraciadamente también es una ocasión más para constatar que a una serie de catalanes, especialmente de entre veinte y cuarenta años, no nos importa. O, cuando menos, no nos importa lo suficiente.
¿Por qué? Pues quizás porque somos la generación del scroll. Nos levantamos, abrimos Instagram, pasamos por Twitter, damos un paseo por TikTok y a las nueve de la mañana ya hemos visto tres masacres, dos injusticias sociales, una catástrofe climática, un meme de Morgan Freeman y un tuit del presidente del Parlament hablando pomposamente del partido de una selección, la catalana, que solo existe dentro del PowerPoint de la Federació. El caso de Sixena es solo un ítem más en este bufete libre de medias tintas, palabras vacías sin consecuencias e indignaciones digitales, me pienso.
Ayer por la mañana, en el grupo de WhatsApp de los colegas —gente con carrera, con cerebro y con la sensibilidad nacional de quien defendió una escuela el Primer de Octubre— osé preguntar: "Habéis visto lo de Sixena"?. La respuesta fue el silencio. Una reacción de uno con el emoticono de una mierda de perro, u otro que se limitó a escribir "Puta España, joder" como quien dice "buenos días". Ningún otro comentario. Ninguna pregunta. Ningún enlace. Ninguna indignación real, porque esta es nuestra guerra emocional: la indiferencia de la sobreinformación.
Y aquí viene el drama. Quizás no es que no nos importe Sixena, sino que quizás lo que no soportamos es el discurso de Sixena. Es decir, el de "ay, pobres de nosotros, nos la vuelven a meter", siempre con el tono solemne de los tertulianos peripuestos que todo lo saben y que pronto, a este paso, se acabarán extinguiendo igual que los quioscos. El problema no es Sixena, sino como nos venden Sixena: con titulares graves, artículos de opinión dramáticos y llamamientos a hacer la enésima cadena humana por parte de jubilados con chaleco forrado. Duele asumirlo, lo sé, pero es así: nos suena a 2014, a velas encendidas y a nicknames con un tramo de la Vía Catalana. Y sinceramente, ya no tenemos batería para volver.
Algunos medios catalanes todavía viven en la fantasía de que la actualidad es el centro de nuestro universo, por mucho que muchos de nosotros, millennials decrépitos, intentamos alertar por tierra, mar y aire que eso no va así. Por mucho, claro está, que los de debajo, los centennials, lo demuestren cada día. Nuestro centro de gravedad ha cambiado, porque el mundo y el país han cambiado. ¿Nos importa la lengua? Sí, mucho, pero queremos que alguien nos explique como protegerla, fomentarla y divulgarla sin parecer todo el santo día un personaje de Los pastorets. ¿Nos preocupa el patrimonio artístico? También, pero quizás nos motivaría más si lo leyéramos en un hilo de Twitter o una batería de stories de algún youtuber con gracia explicando cosas.
Pasa en todos los ámbitos, por eso también dicen que no nos interesa la política, pero es mentira. Nos interesa saber por qué no podemos pagar un alquiler sin vender un riñón. Nos interesa saber por qué el catalán se hunde en la escuela mientras la conselleria cuelga banners de "Fem-ho en català" con sonrisas sacadas de un banco de imágenes. Nos interesa saber por qué Catalunya, que siempre ha dicho que es una nación de artistas, no sabe hacer un relato decente de su arte robado. Pero estamos cansados. Cansados de ver siempre los mismos, diciendo lo mismo y con el mismo tono. Por eso preferimos una entrevista de Marc Casadó en La Sotana antes que verlo en Esport3 rodeado de logos oficiales y respondiendo preguntas insípidas. Por eso Sixena nos resbala: no por falta de amor al país, sino por exceso de déjà vu.
Quizás el drama es que ya no sabemos si estamos viviendo una tragedia nacional o una comedia involuntaria. Quizás ya estamos cansados de sufrir por Catalunya, por eso hacemos memes: porque la ironía es la coraza del luto, pero el humor también puede ser una buena arma para el coraje. La postironía nacional debe ser eso, mirándolo bien: saber que te están robando y no hacer nada, pero reír mientras pasa, ya que los que pueden hacer alguna cosa han decidido no aceptar el luto y vivir atascados en una fase ya muerta. Y sí, quizás es triste que el caso de Sixena ya no encienda nada más que un tuit con cuatro likes, pero todavía sería más triste seguir fingiendo que nos indigna e ignorar que, en realidad, la única cosa que nos importa a muchos es encontrarnos a alguien que nos hable de lo que pasa en el mundo, y evidentemente en el país, de manera genuina, sin complejos y sin tabúes. Abrir los ojos es vital, nos guste o no, ya que ya se ha visto qué pasa cuándo los que tenemos el país en la cabeza desconectamos del país: que nos lo expolian en la cara y nadie dice nada.