Que el conjunto del proceso contra la familia Pujol no es trigo limpio es una evidencia que clama al cielo. La implicación de mafias policiales o del mismo aparato de Seguridad del Estado sin escatimar recursos de de ningún tipo, ni ahorrar métodos expeditivos e inconfesables, para obtener pruebas, corrobora cuán turbio es.

Se ha exagerado un poco, cuando menos con respecto a una causa que pretende hacer pasar los Pujol (la pareja y el conjunto de los hijos) como una especie de mafia organizada con la madre superiora (Marta Ferrussola) y el júnior (Jordi Pujol Ferrussola) moviendo los hilos en la sombra, como si de una verdadera familia de camorristas napolitanos se tratara.

No juzgo, no a ellos que ya han sido juzgados implacablemente. Da igual, en buena medida, la sentencia que pueda haber finalmente. Porque ni que fuera absolutoria, en particular con respecto a Jordi Pujol, nada levantará la sombra de duda sobre las hipotéticas corruptelas de todos o algunos. Además, uno de los hijos (Oriol Pujol) ya ha pagado penalmente un asunto sobre las ITV. Y el mayor, encima del cual recaen la mayoría de las sospechas, ha pasado dos años en prisión provisional después de todo el ceremonial aireado sobre su relación personal con una mujer/amante con quien se ha explicado que iba arriba y abajo con fajos de billetes por la frontera andorrana. Claro que la participación en toda esta trama conspirativa o incriminatoria de Alicia Sánchez-Camacho (PP) y José Zaragoza (PSC) no hacen más que enturbiar el sumario. O dicho de otra manera, el interés de determinadas personas de la política de primera línea en husmear en la vida privada y los negocios, opacos o no, de Jordi Pujol Ferrussola, da miedo.

Se hace difícil decir cuál es la verdad de esta causa y hasta qué punto ha sido magnificada por un un interés de estado, superlativo, más allá de una sombra larga y oscura que se vivía como un secreto a gritos

Porque el asalto y robo del furgón que tenía que devolver toda la documentación requisada, información que tenía que tener carácter incriminatorio después de haber sido exhaustivamente analizada, es obvio que permite lícitamente todo tipo de especulaciones y conjeturas. Un asalto a punta de revólver, como los de las películas. O el chantaje a los propietarios de un banco andorrano a la búsqueda de cuentas corrientes y depósitos de dinero que, finalmente, no tienen nada que ver con las cantidades millonarias que se habían hecho correr. No digo, ni dejo de decir, que no hubieran tenido dinero irregular en depósitos en el extranjero, como tantos otros patriotas de todo signo y pelaje que han evadido impuestos sin manías. No pretendo absolver a nadie de nada y sí poner énfasis en la cantidad de irregularidades y escándalos que han rodeado todo el proceso policial y judicial contra, en particular, quien fue presidente de Catalunya durante 23 años.

Durante su mandato, sobre todo los últimos años, la sombra del 3 por ciento sobrevoló con un runrún creciente la política catalana. El mismo presidente Pasqual Maragall hizo implosionar el asunto en sede parlamentaria delante de un Artur Mas que se vengó, entre furioso e indignado, tirándose del pelo. Ya años antes, uno de los fundadores de Convergència Democràtica, el valeroso Miquel Sellarès, había denunciado públicamente el llamado sector negocios y apuntado responsabilidades. Y eso no le impedía tener un sincero respeto por el presidente Pujol que, a buen seguro, mantiene hoy a pesar de todo.

Jordi Pujol era un tótem moral. Quizás por eso se cayó del trono como nunca antes ningún otro político, al confesar una herencia de su abuelo Florenci que había ocultado durante su presidencia. O al menos esta es la explicación que se nos dio. Es decir, un dinero de origen incierto que habían sacado irregularmente del país. La confesión fue una bomba y los primeros que se tiraron en la yugular del presidente fueron personas tan próximas como el alcalde Trias. También es curioso que por este motivo tantos se rasgaran las vestiduras públicamente. Un bueno amigo, pujolista de toda la vida, escribió un texto indignado y todavía fue a ver al presidente Pujol, con quien se conocían de toda la vida, y le reiteró en la cara haberlo engañado. Puedo entender que para aquellas personas de bien para las que Jordi Pujol encarnaba al mismo Dios en la tierra, se sintieran tan desengañados y decepcionados. Pero Trias y tantos otros dirigentes, con todo lo que se había dicho durante años sorprende que por una herencia se sintieran tan traicionados y estafados, sorprende.

Se hace difícil decir cuál es la verdad de esta causa y hasta qué punto ha sido magnificada por un un interés de estado, superlativo, más allá de una sombra larga y oscura que se vivía como un secreto a gritos –de hecho, hay sentencias firmes condenando a gente de CDC y al mismo partido. Como tantas en el PP. O incluso en el PSOE.