El pasado octubre, el ayatolá Ali Khamenei, líder supremo de Irán, apareció en público por primera vez en cinco años con un mensaje contundente: advirtió que Israel "no durará mucho". Esta declaración llegaba poco después del asesinato por parte de Israel de Hasan Nasrallah, líder de Hizbulá y aliado próximo de Khamenei, un golpe personal muy duro para el dirigente iraní. La ofensiva aérea israelí contra Irán, iniciada recientemente, ha sido otro revés para Teherán, que ha respondido con misiles y drones, aunque con poca eficacia y sin frenar los ataques israelíes. Los aliados regionales de Irán, especialmente las milicias islamistas que Khamenei había impulsado, se encuentran ahora desmantelados o debilitados.

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Khamenei, conocido por su estilo prudente, pragmático y autoritario, se encuentra en una posición cada vez más complicada. Nacido en la ciudad sagrada de Mashhad, en una familia modesta, se radicalizó en los años sesenta en oposición al régimen del Sha. Como joven estudiante religioso en Qom, se inspiró en el ayatolá Khomeini y empezó a actuar clandestinamente en su nombre, destaca un artículo del The Guardian. A lo largo de los años, también se vio influido por ideologías anticoloniales y antioccidentales, traduciendo autores como Sayyid Qutb al persa y absorbiendo pensamiento islamista radical.

Después de varias detenciones, Khamenei participó activamente en la revolución de 1979 y ascendió rápidamente dentro del nuevo régimen islámico. En 1981, ya era presidente de la República, a pesar de un atentado que le dejó secuelas físicas. Cuando Khomeini murió en 1989, Khamenei lo sucedió como líder supremo, después de un cambio constitucional. Consolidó su poder con la ayuda de la élite militar e ideológica del régimen: los Guardianes de la Revolución (IRGC), manteniendo equilibrios con otros aliados dentro del Estado.

Khamenei y la crisis que afronta

Durante los años noventa, eliminó a rivales y reprimió a la oposición, mientras reforzaba vínculos con grupos como Hizbulá. A pesar de permitir cierto margen a reformistas como el presidente Khatami a finales de los noventa, Khamenei nunca dejó que el núcleo ideológico del régimen fuera cuestionado. Toleró intentos fallidos de apertura hacia Washington después de 2001, pero al mismo tiempo apoyó los esfuerzos del IRGC por ampliar la influencia iraní en el Iraq postinvasión y frenar a EE.UU. e Israel mediante aliados regionales.

Aunque no bloqueó el acuerdo nuclear de 2015, se mostraba escéptico y no queda claro si ha buscado frenar o impulsar la posible adquisición de armas nucleares. Mientras tanto, Irán ha vivido varias oleadas de protestas sociales, graves crisis económicas y un rechazo creciente por la represión de mujeres, minorías y disidentes. Eso ha erosionado el apoyo al régimen y ha ampliado el malestar popular.

En el ámbito internacional, Khamenei apostó fuerte por el llamado "eje de resistencia" —Hamás, Hizbulá, los hutís y varias milicias chiíes—, pero este se ha derrumbado recientemente bajo la presión militar de Israel, y la caída del régimen sirio de Al-Asad ha roto uno de sus aliados principales.

Ahora, con 84 años y la salud debilitada, Khamenei afronta la crisis más grave de su largo mandato. El debate sobre su sucesión está abierto, y su estrategia de mantener el equilibrio dentro del régimen y evitar una guerra abierta parece más difícil que nunca. El legado del líder que durante más de tres décadas ha marcado el rumbo de Irán llega a su momento más incierto.