Hace muy santamente Ara al editar su título principal en caja alta —anglicismo con que los periodistas llamamos a las mayúsculas (o las llamábamos)—. La Unión Europea se rearma y Putin deja caer bombas y misiles a 90 kilómetros de su frontera. Casi todas las portadas destacan este hecho, como queriendo decir que la guerra personal del presidente ruso está a punto de desbordarse, como las dos guerras mundiales del siglo XX. Los diarios más sensatos siguen utilizando "Putin" como sujeto de esta atrocidad. Sin embargo, en La Razón y en El Periódico ya escriben "Rusia". No perdáis la concentración. La fotografía de portada más conmovedora es la de El País. Se ve a Mariana Vishegirskaya, la joven embarazada que este jueves aparecía en casi todas las portadas como superviviente del bombardeo del hospital materno-infantil de Mariúpol. Mariana ha dado a luz a su hija, Veronika. El País dice que "la vida se abre paso". Un poco cursi. Esta historia es un contraste fortísimo con la imagen de La Vanguardia: el velatorio del cadáver del sargento de policía ucraniano Roman Ruschichin, de quien la familia se despide en una escena muy intensa. El detalle de esta foto: en el luto sólo se ven mujeres. Da que pensar.

Estas imágenes de muerte, dolor, destrucción y ruinas muestran sólo el lado ucraniano. Es el único que lo permite. En el otro lado no hay muerte, ni dolor, ni destrucción ni ruinas. Se puede decir ya mismo que Putin nunca ganará la batalla del relato fuera de Rusia. Ni el aparato censor del estado, ni las fábricas de fake news, ni el aparato mediático que bombardean a los ciudadanos rusos con mentiras esterilizadas puede competir con los millones de relatos individuales de los ciudadanos ucranianos que cada día alimentan las redes sociales con microhistorias como las de Mariana y su hija Veronika. Es una comunicación directa, visceral, individual, inmediata, entre iguales, que supera la ofensiva de manipulación institucionalizada de Rusia, de quien todo el mundo desconfía, incluidos los mismos rusos.

El gran ejemplo de todo es de ayer mismo. El embajador de Ucrania en la ONU, Sergiy Kyslytsya, cerró la boca de Vasili Nebenya, representante ruso en el Consejo de Seguridad, que acusaba "a una joven bloguera embarazada" de "mostrar una imagen falsa", etcétera. Al embajador ucraniano le bastó con blandir las fotos de la recién nacida: "Mariana tuvo una niña muy sana anoche, se llama Veronika, aquí está con su padre", ha dicho Kyslytsya. El representante ruso quedó planchado. Ucrania no puede perder su posición de país agredido y Putin y el ejército ruso no dejarán nunca de aparecer como agresores. No pueden construir una narrativa diferente. Se sabe todo lo que pasa minuto a minuto y se ve en directo. Nadie puede controlar la información, la difusión. La guerra informativa, la batalla por el relato, se disputa en millones de trincheras inalcanzables que son los teléfonos móviles de cada ucraniano —y el tuyo.

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