Boris Johnson ha suspendido el Parlamento británico para evitar un voto contra el Brexit duro, es decir, marcharse de la Unión Europea sin acuerdo (no deal). Es el tema de todas las portadas, salvo la de El Punt Avui. La impresión que dejan los titulares, sin embargo, es que el premier conservador ha hecho, más o menos, como Hitler con el Reichstag en 1933. No es eso. La confusión es grande, sin embargo. Hay que perdonar los titulares: es complicado explicar en quince palabras qué demonios pasa en el Reino Unido, que tiene una tradición democrática más densa y muy diferente a la continental.

Vayamos por partes. Importante: en el Reino Unido la soberanía radica en el Parlamento —no en "el pueblo", como se acostumbra a decir en el continente. Un referéndum no es la decisión final. De hecho, la justicia británica obligó al Parlamento a validar el resultado del referéndum del Brexit para que se siguieran sus efectos.

El problema de Johnson es que, con la actual composición de los Comunes, quedaba condenado a pasar por el mismo calvario de su predecesora, Theresa May, a quien rechazaron tres veces el acuerdo que había pactado con la UE para marcharse. Ha decidido, pues, desactivar el Parlamento el tiempo suficiente para que el no deal Brexit sea una opción factible, ni que sea por el taimado procedimiento de dejar correr el plazo acordado con la UE para pactar la salida.

Lo ha hecho pidiendo a la Reina que alargue el plazo entre el final de la actual sesión parlamentaria y el arranque de la siguiente. A eso llaman los británicos prorogation, que no significa "prórroga" sino que describe el plazo de inactividad entre sesiones. Es decir, Johnson ha pedido a Isabel II que prorrogue la prorogation. La Reina no puede hacer nada: debe tramitar lo que le pida el gobierno. Hasta ahora, la duración habitual de la prorogation —una formalidad— ha sido de una semana o menos. Johnson ha pedido 47 días. La Reina le ha dado 38. Es decir, los Comunes (diputados) partidarios de quedarse en la UE y los que no quieren marcharse sin acuerdo, que son mayoría, tienen muy pocos días para cargarse al primer ministro. Es casi imposible por cuestiones de plazos. Es muy feo, cierto, pero es legal.

Ningún dictador

Dos cosas más. Desde 1215, la vida política de Inglaterra —de Gran Bretaña desde 1705— consiste en recortar progresivamente la soberanía de la corona para trasladarla al Parlamento. Eso ha supuesto guerras civiles (hasta el siglo XVII), cortar la cabeza a un rey, un breve periodo republicano, extinguir una dinastía y buscar otra, etcétera. Hay muchos detalles. Hagámoslo corto. En 1832, con la aprobación de la Ley de Reforma, el sistema queda configurado más o menos como es hoy: la corona no manda, el Parlamento es soberano, el sufragio es universal y proporcional, etcétera. Digámoslo otra vez: el fundamento de la democracia británica es que nadie ni nada puede poner límites al poder del Parlamento.

A la vista de todo eso, pensar que Johnson es un dictador, que manipula a la corona, etcétera, es una burrada, balburdia electoral o ignorancia. Se ha aprovechado del procedimiento. Ya está. Lo ha hecho porque quiere cumplir su compromiso de hacer el Brexit do or die, sí o sí. ¿Cuáles son sus opciones? Una, que en tan poco tiempo los comunes no logren ponerse de acuerdo para vetar la versión no deal del Brexit. La otra opción es que lo consigan, Johnson pierda la confianza del Parlamento y se convoquen nuevas elecciones. Las presentará como un segundo referéndum sobre el Brexit, esta vez con todas las cartas boca arriba y no como el anterior, donde no quedaba claro en qué condiciones se ejecutaría. Podrá reclamar para él todos los votos de los favorables a marcharse, incluidos los del xenófobo Nigel Farage. De paso, le servirá para purgar a su partido de los elementos más resistentes al Brexit y para demostrar a la UE y al mundo —sobre todo a Donald Trump— que tiene lo que hay que tener.

Ya ves. No es tan mala idea. Como cualquier político, Johnson quiere mantenerse en el poder come what may, pase lo que pase, también al precio de tensar el sistema al máximo. Ha montado un pitote, un embrollo constitucional. Pero es bonito ver en acción una democracia de verdad con políticos de verdad.

[Mención obligada a la portada de ABC, que —¡sapristi!— se ha inspirado en la del disco​ God Save The Queen, el himno punk de los Sex Pistols. Cómo se ha puesto el servicio, qué barbaridad]

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