Pocos se imaginaban la madrugada de este miércoles que Donald Trump ganaría las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos de América. Con muy pocos apoyos entre el establishment republicano, el magnate inmobiliario ha llevado a cabo una campaña típicamente populista: se ha erigido contra las amenazas externas (China, Estado Islámico y la inmigración proveniente de México) y contra la mayoría de medios de comunicación, ha demonizado a su opositora y se ha vendido como el representante auténtico del pueblo americano. Estas características, más típicas de la América Latina, lo han llevado a ser el candidato menos republicano del Partido Republicano.

Con este resultado, irrumpe el eje entre el liberalismo político y el populismo. Así se consolida una nueva etapa de democracias iliberales caracterizadas por tener elecciones periódicas, pero también por tener poco respeto hacia la separación de poderes, unos medios de comunicación incapaces de funcionar como contrapoder y una oposición demonizada y minorizada. El peor ejemplo de todo este sistema es la Rusia de Vladímir Putin.

Aunque los Estados Unidos han dado bastante a este nuevo eje, está en Europa donde empezó a gestarse a partir de los años 80. En Austria, el Partido de la Libertad empezó a institucionalizarse el año 1983 bajo el gobierno de coalición con los socialdemócratas. A partir de este momento la inmigración y la minoría eslovena se convirtieron en cabeza de turco de un partido de extrema derecha que recibía apoyos de bases obreras.

En Francia, estas mismas bases votantes del Partido Comunista Francés hanido virando en dirección al Frente Nacional de jean Marie Le Pen. El resultado de este cambio se pudo ver en las presidenciales de 2002: el votante obrero que tenía que propulsar al Partido Socialista viró a la extrema derecha y Lionel Jospin no pasó a la segunda ronda, con un escaso 16% de los votos.

Origen europeo

La consolidación del populismo de extrema derecha en estos dos países ha sido gradual. Tanto el FN francés como el FPÖ austríaco han ido eliminando los tics más radicales de sus fundadores: el antisemitismo de ambas formaciones ha ido camuflándose en pro de críticas contra el sistema (la corrupción, las grandes corporaciones y las amenazas externas) y una cierta elitización de sus militantes. Limpiando su imagen y poniendo en el centro del debate sus temas de discusión se han consolidado como fuerzas políticas.

Hoy en día Marine Le-Pen pasaría sin problemas a la segunda vuelta de las presidenciales francesas, mientras que Norbert Hofer podría llegar al poder el próximo 4 de diciembre después de impugnar -el pasado mes de mayo- la victoria que otorgaba al verde Alexander van der Bellen la presidencia del país alpino.

En Reino Unido el populismo ha tenido una característica diferente: allí se ha manifestado a través del euroescepticismo, donde|dónde el votante de clase media, de adelantada edad y tradicionalmente votante del Partido Conservador dio apoyo a una formación que a menudo ha tenido tics xenófobos. Con unas bases tories descontentas con el rumbo que había tomado su partido a nivel económico, el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea supuso una victoria inesperada por|para el UKIP de Nigel Farage y la dimisión del Primer Ministro, David Cameron.

En Hungría, Viktor Orbán y su formación (Fidesz) han cogido cada vez más fuerza desde su primera victoria el año 1998, consolidando un sistema político con una constitución hecha a medida, sin ningún diario capaz de censurar sus acciones, girando su política en contra de los refugiados y acercándose a Vladimir Putin.

La libertad

Estos casos son los más destacados de todos y ejemplarizan esta nueva ola, pero hay que recordar el AfD alemán, el Partido de la Libertad holandés y el Partido Nacional esloveno. Incluso Podemos en España, Syriza en Grecia y el Movimiento 5 Estrellas en Italia tienen ciertas similitudes con estas formaciones. La falta de separación de poderes, la estigmatización de los medios y la creación de enemigos internos y externos son puntos que los unen al margen de tener unas bases provenientes de la izquierda o la derecha. Con este panorama político las encuestas yerran sus predicciones porque no calibran la aparición de un nuevo votante.

A partir de hoy Europa y los Estados Unidos tienen un doble reto: tienen que asegurar las libertades en estos países y hace falta que emerjan estados capaces de ser faros de la democracia. Los próximos meses serán importantes para ver si esta ola|oleada il·liberal se consolida, pero a buen seguro que la irrupción del nuevo eje entre liberalismo y populismo ha venido para quedarse.