El fenómeno de la masificación turística, hasta hace poco asociado a ciudades europeas como Barcelona o Venecia, se extiende ahora con fuerza por Asia. Islas como Bali o Phuket y ciudades históricas como Kioto sufren los efectos de una presencia desbordante de visitantes que pone en peligro el entorno, la vida local e incluso el atractivo que las hizo famosas. Expertos en turismo apuntan que la combinación de vuelos baratos, una clase media creciente en países como China e India, y la efervescencia del viaje pospandemia ha generado un boom difícil de controlar. “Es como si hubiéramos dejado salir al genio de la lámpara”, advierte Gary Bowerman, analista de tendencias de consumo con sede en Kuala Lumpur, en la CNN.
En Kioto, el problema es especialmente visible. La ciudad, conocida por sus templos y callejones tradicionales, recibió más de 56 millones de turistas en 2024, una cifra que ha superado su capacidad. Los vecinos se quejan de aglomeraciones en los transportes públicos, calles colapsadas y comportamientos irrespetuosos de turistas que se disfrazan con kimonos para hacerse fotos en lugares sagrados. “Kioto parece un parque temático”, lamentan muchos residentes. El Ayuntamiento ha llegado a prohibir el paso por algunas calles privadas del barrio de Gion tras denuncias de acoso a geishas.
El paraíso tiene problemas de masificación
La isla de Bali, en Indonesia, también es un caso paradigmático. El aumento descontrolado de construcciones para alojar a turistas ha eliminado grandes extensiones de arrozales, provocando problemas de drenaje y graves inundaciones. Además, la contaminación por plástico, el tráfico caótico y la falta de agua han hecho saltar las alarmas. “Bali sufre las consecuencias de años de exceso turístico sin planificación”, explica Nikki Scott, editora de South East Asia Backpacker, a la CNN.
En Tailandia, el gobierno de Phuket intenta frenar la degradación ambiental con nuevas regulaciones, pero el reto es inmenso. El archipiélago de las islas Phi Phi, donde se encuentra la famosa Maya Bay —escenario del filme The Beach—, recibe centenares de barcas a la vez a pesar de los intentos de imponer limitaciones. El parque natural ha sido cerrado varias veces para recuperar el ecosistema marino, pero los visitantes continúan desbordando las medidas.
Otros países han empezado a reaccionar. En las Filipinas, la isla de Boracay cerró temporalmente en 2018 para regenerar las playas y limitar la afluencia de turistas. Hoy, gracias a una cuota máxima de visitantes y un control más estricto de los alojamientos, la calidad ambiental ha mejorado visiblemente.
¿Un turismo sin límites?
A pesar de algunos intentos de regulación, muchos gobiernos asiáticos siguen viendo el turismo como un motor económico clave. “Ningún país quiere ser percibido como un lugar hostil a los turistas”, recuerda Bowerman. Pero la falta de límites amenaza con transformar paisajes únicos en escenarios artificiales y degradados.
Los expertos coinciden en que la solución pasa por una gestión más equilibrada: establecer aforos máximos, diversificar los destinos y promover temporadas bajas. Mientras tanto, recomiendan a los viajeros huir de los circuitos más populares y explorar zonas menos conocidas. “Solo hay que alejarse un poco de los caminos más trillados para descubrir rincones auténticos”, dice Scott. Esta nueva ola de masificación en Asia es un aviso global: cuando el turismo deja de ser sostenible, el paraíso se desvanece, y con él, el encanto que todos buscamos al viajar.