Los testimonios de varios ex-presos políticos recogidos por el medio bielorruso Belsat revelan un sistema penitenciario donde la represión no se detiene ni tras los muros de las prisiones. El régimen de Aleksandr Lukashenko utiliza un mecanismo heredado del gulag soviético –el denominado bajo estatus social (LSS, por sus siglas en inglés)– para degradar, aislar y someter a disidentes políticos a un sufrimiento físico y psicológico que muchos describen como “el infierno en la Tierra”.
Este estatus, conocido en la jerga carcelaria como petushnia, sitúa al preso en el nivel más bajo de la jerarquía interna. Tradicionalmente, se aplicaba a condenados por delitos sexuales, pero actualmente, según los testimonios, la administración penitenciaria bielorrusa lo utiliza de manera arbitraria para castigar a opositores y activistas. “Es una forma de humillación extrema, una marca que te convierte en intocable”, explica el ex-preso político y anarquista Mikalai Dziadok.
Obligados a hacer tareas degradantes
Los presos con este estatus son separados del resto, obligados a hacer las tareas más degradantes –como limpiar letrinas o recoger basura– y privados de cualquier contacto humano. No pueden compartir celda, ni tocar a los demás, ni utilizar objetos comunes. “En cada unidad hay entre tres y siete personas con ‘bajo estatus’. Nadie los mira, nadie les habla. Son invisibles”, relata el activista Leanid Sudalenka, que también fue encarcelado.
A diferencia de Rusia, donde estas jerarquías suelen imponerse entre los mismos presos, en Bielorrusia es la misma administración quien decide quién debe ser degradado. “Los operativos pueden destruir la vida de un preso solo con una orden”, dice Sudalenka. Después de las protestas masivas de 2020, muchos detenidos por motivos políticos fueron castigados con esta etiqueta, según confirman varias organizaciones de derechos humanos.
El periodista y activista Yauhen Merkis asegura que el “bajo estatus” se ha convertido en una herramienta de control. “Es un instrumento de presión. Si te niegas a colaborar, te pueden degradar. Y entonces tu vida se acaba”, explica. Algunos presos, como el activista Illia Dubski, han llegado a autolesionarse para evitar ser estigmatizados: se cortó él mismo un tatuaje del símbolo nacional Pahonia para no ser marcado como “impuro”.
Los efectos psicológicos de las torturas
Los efectos psicológicos son devastadores. Los testimonios describen intentos de suicidio frecuentes y episodios de autolesiones. “Los veía cada día. Se cortaban las venas, intentaban colgarse. Es imposible mantener la salud mental en esta situación”, dice Sudalenka. Aunque ya no son habituales las agresiones sexuales sistemáticas asociadas al LSS durante la era soviética, la humillación constante y la deshumanización persisten.
Según Belsat, el mantenimiento de este sistema responde a dos objetivos claros: mantener el orden y ejercer control. Por un lado, siempre hay alguien dispuesto a hacer los trabajos que nadie quiere; por otro, el sistema divide a los presos e impide cualquier solidaridad entre ellos. “Si no existieran estas jerarquías, los presos empezarían a ver que comparten los mismos intereses. Entonces surgirían líderes y resistencia. El régimen lo sabe muy bien”, concluye Dziadok.
Los ex presos coinciden en que el gobierno podría abolir el “bajo estatus social” en pocos días si quisiera, pero no tiene ninguna intención de hacerlo. “Es demasiado útil para controlar, humillar y destruir personas”, resume Dziadok. El fenómeno, denuncian las ONG, es una muestra más del sistema de represión total que Lukashenko ha consolidado después de más de tres décadas en el poder. Miles de presos políticos continúan encarcelados en condiciones extremas, y muchos familiares desconocen incluso si están vivos.