El presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, se han encontrado hoy en Verdún, escenario de una de las peores batallas de la Primera Guerra Mundial, para conmemorar su centenario. En Verdún, una de las batallas más sangrientas de la historia de la humanidad, los franceses tuvieron 378.000 bajas, y los alemanes 337.000, entre muertos, desaparecidos y heridos. En el osario de Douaumont, uno de los escenarios del encuentro, se conservan, mezclados, los restos de 130.000 combatientes de ambos bandos.

Por la reconciliación

Hollande ha asegurado que Verdún representa lo peor y lo mejor de Europa. Lo peor porque fue el escenario de los combates más sangrantes del continente, y lo mejor porque se ha convertido en símbolo de reconciliación entre franceses y alemanes. Merkel y Hollande han coincidido en destacar que Verdún actualmente es un escenario de esperanza. Por eso se ha querido que en este acto tuvieran un gran protagonismo jóvenes de las dos nacionalidades: la conmemoración se ha planteado como un acontecimiento más proyectado hacia el futuro que hacia el pasado.

Verdún: la ignominia

En Verdún se experimentaron algunas de las armas más destructivas de aquel momento, como el lanzallamas o las armas químicas. Los soldados de uno y otro bando pasaron meses escondidos en sucias y peligrosas trincheras, sometidos al martilleo constante de los bombardeos, amenazados por sus propios oficiales, sufriendo ataques de gases como la iperita, contra la cual casi no tenían defensas... Además de los que murieron, centenares de miles de soldados quedaron amputados, o sufrieron enfermedades crónicas como consecuencia de los gases tóxicos. Y la falta de voluntad política de curar las heridas abiertas provocó la humillación de los vencidos que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Por eso los líderes franceses y alemanes tienen, en la actualidad, la prioridad de escenificar la voluntad de reconciliación: es el llamado "espíritu de Verdún", que se ha impuesto desde los años sesenta.