Cuando se abran sus puertas, el Gran Museo Egipcio (GEM) no será solo un museo, será una experiencia monumental. Situado a pocos metros de las pirámides de Giza, este complejo de medio millón de metros cuadrados —el doble que el Louvre y dos veces y media más grande que el British Museum— quiere convertirse en el nuevo epicentro cultural del planeta. La inauguración oficial será este fin de semana y reunirá a más de 80 delegaciones internacionales, entre ellas 39 jefes de Estado, reyes y príncipes, desde el rey Felipe VI hasta monarcas de todo el resto del mundo. El presidente egipcio Abdelfattah Al-Sisi presidirá personalmente la ceremonia, calificada por las autoridades de “acontecimiento histórico sin precedentes”. El Gran Museo Egipcio pretende ser en un nuevo símbolo nacional y en un motor de proyección internacional.

En la fachada, hecha de piedra y alabastro, la arquitectura imita los ángulos de las pirámides, pero con una estética del siglo XXI. Sus diseñadores, el estudio irlandés Heneghan Peng, han alineado el techo con el punto más alto de la Gran Pirámide para que ningún edificio humano parezca desafiarla. “Quisimos crear un nuevo límite del desierto, un diálogo con las pirámides, no un rival”, explicaba su autora, Róisín Heneghan.

El recorrido comienza de manera casi teatral. Tras una entrada estrecha, el visitante accede al Gran Vestíbulo, un espacio inmenso inundado de luz natural y presidido por una estatua colosal de Ramsés II, de nueve metros de altura y ochenta toneladas. En el exterior, un obelisco colgante de 16 metros parece flotar sobre el suelo, permitiendo caminar por debajo y ver su base. Desde este punto central, se asciende por la Gran Escalera, una avenida interior de seis pisos y 6.000 metros cuadrados que guía al visitante a través de más de sesenta estatuas, sarcófagos y fragmentos monumentales. El ascenso culmina en una gran ventana panorámica que enmarca las pirámides de Giza.

A partir de aquí, el museo se despliega en doce galerías centrales que explican cinco milenios de historia, desde el periodo predinástico hasta la época grecorromana. El público puede recorrer las salas cronológicamente o por temas: la vida cotidiana, el poder y la religión. Cada pieza, de las más de 100.000 que custodiará el museo, se acompaña de una museografía moderna con proyecciones, pantallas táctiles y recursos de realidad aumentada que permiten, por ejemplo, ver cómo se levantaban las pirámides o cómo se embalsamaba a un faraón.

Tutankamón, la gran joya de la corona

La gran joya es, evidentemente, la sala de Tutankamón, con 5.398 objetos de su ajuar funerario expuestos por primera vez juntos. La mítica máscara de oro, los carros, los cofres rituales e incluso los objetos más íntimos del joven faraón se muestran tal como Howard Carter los encontró en 1922 en el Valle de los Reyes. “Queríamos que el visitante viviera la sensación de entrar en la tumba, pieza por pieza”, ha explicado el egiptólogo Tarek Tawfik.

Otro de los tesoros más espectaculares son las barcas funerarias de Keops, restauradas tras una operación de traslado y reconstrucción que duró más de una década. Estas embarcaciones, de 42 metros de largo y 4.500 años de antigüedad, se muestran en una sala diseñada para recrear su travesía simbólica hacia la eternidad. El segundo barco aún se está montando, y los visitantes podrán ver a los arqueólogos trabajando en directo.

Más allá de las grandes piezas, el museo esconde un centro de conservación e investigación de 19 laboratorios conectados por túneles con las salas principales. Es uno de los más avanzados del mundo y permite restaurar momias, tejidos y papiros con tecnología punta. “Egipto no solo es el guardián de su pasado, sino un líder en el futuro de la conservación del patrimonio”, recordaba la directora de la UNESCO para Egipto y Sudán, Nuria Sanz.