Las cosas han cambiado mucho en cinco años. En 2017, Emmanuel Macron intentó celebrar su noche electoral en el Campo de Marte, con la Torre Eiffel detrás. La alcaldesa de París, la socialista Anne Hidalgo, le denegó el permiso, y el candidato de La República en Marcha se tuvo que ir a la explanada del Louvre, con la también emblemática pirámide de fondo. Este domingo se salió con la suya. El contexto ha cambiado. La situación de la derrotada Hidalgo, que ha pedido el voto por él, es otra. También la de Macron, que ha pasado de representar la esperanza a encabezar el mal menor.

La imagen de Emmanuel Macron en el 2017 era una. Representaba savia nueva, una figura independiente que salió del Partido Socialista —le consideraron un traidor— para fundar un partido-movimiento en torno a su figura. Y lo logró: dinamitó el sistema político de la Quinta República, unas consecuencias que todavía perduran, como se vio en la primera vuelta con la derrota de los socialistas y la derecha gaullista, abocados a pedir donaciones para sobrevivir. Transmitía una imagen de transgresión y ambición. Pero el paso por el poder, el paso por el Elíseo, lo ha cambiado todo.

Ha sido un quinquenio de desgaste para Emmanuel Macron. El actual presidente se ha visto sacudido por las sucesivas crisis que se han sucedido, desde la covid hasta la pérdida de poder adquisitivo (de aquí nace el movimiento de los chalecos amarillos), que hoy es la principal preocupación de los franceses. Se ha visto contestado también por reformas como la de las pensiones, que pretendía retrasar la edad de jubilación. Y se ha visto rechazado por su estilo de hacer política, calificado de forma transversal como arrogante. Hoy es, simplemente, el mal menor frente a la extrema derecha, que no para de crecer. En cinco años le ha cedido ocho puntos, bajando del 66% al 58%.

Así se puede ver en las encuestas hechas este domingo de elecciones. Hasta el 53% de los franceses que escogieron la papeleta de Emmanuel Macron lo hicieron para evitar la elección de Marine Le Pen y sólo el 47% lo hizo por adhesión a su proyecto. Todavía es más sintomático que el 59% de los votantes de Le Pen lo hicieran por rechazo a Macron. Y un dato bastante revelador: aunque Jean-Luc Mélenchon pidió que "ningún voto fuera a la señora Le Pen", hasta el 18% de los votantes de la izquierda radical cogieron la papeleta del Reagrupamiento Nacional en la segunda vuelta. A esto hay que sumar una abstención no vista en más de 50 años, desde 1969.

Consciente de todo esto, ayer Macron se ahorró una gran fiesta como la de hace cinco años. La noche electoral de ayer en el Campo de Marte fue una ceremonia muy sobria. Su discurso estuvo muy alejado de su habitual grandilocuencia, una cura de humildad en directo. "La cólera y los desacuerdos tendrán que encontrar una respuesta y será mi responsabilidad", admitía el líder de La República en Marcha. Se comprometía a hacer las cosas de manera diferente, a inventar un nuevo "método" para "cinco años mejores".

El reto más inmediato serán las elecciones legislativas de junio, donde parece más lejana la mayoría presidencial de 2017 y podría desembocar en un escenario de cohabitación, con un primer ministro de otro partido. Y el reto del quinquenio es construir una alternativa sólida a la extrema derecha. Por el límite constitucional de dos mandatos ya no pasará por su figura. Ayer, en el Campo de Marte, ya asomaba la cabeza el exprimer ministro Edouard Philippe, que se volvió a hacer de alcalde a El Havre, en Normandía. A día de hoy parece el señalado.

Lo resume Libération en su editorial de este lunes: "Macron reescogido, un país fracturado, el esencial preservado". El diario progresista, que había pedido el voto por el candidato a la reelección, advierte que "el jefe del Estado no se tiene que equivocar sobre el significado de su victoria este domingo".