El ambiente este domingo en el Campo de Marte de París, bajo la mirada de la Torre Eiffel, era de euforia. Los simpatizantes de Emmanuel Macron celebraban la derrota de la extrema derecha al ritmo de Daft Punk, que su candidato había conseguido la primera reelección en décadas: "One more time, we're gonna celebrate". Pero, enseguida, su líder les hizo bajar de pies a tierra. "La cólera y los desacuerdos tendrán que encontrar una respuesta y será mi responsabilidad", prometía Macron, consciente de que había recibido muchos votos prestados, con la pinza en la nariz. Fue un discurso poco épico para ser Macron, donde más que reivindicarse prometió hacer las cosas de manera diferente. Habló de inventar "un nuevo método" para los próximos cinco años.

En cambio, valga la ironía, Marine Le Pen recordó a su padre cuando perdió contra Jacques Chirac a la segunda vuelta de 2002. Entonces, el patriarca Jean-Marie Le Pen se expresó en los siguientes términos: "Paradójicamente, vencedores en el terreno ideológico, hemos perdido temporalmente en el terreno electoral". Ayer la hija se felicitaba porque, a pesar de "dos semanas de ataques", había conseguido unos resultados excelentes y que "las ideas que representamos han llegado a la cima|cumbre"

La realidad es que Emmanuel Macron ha conseguido salvar la tercera bola de partido que ha tenido la extrema derecha en el siglo XXI. Pero no es menos cierto que esta extrema derecha no ha hecho más que crecer en apoyos. Se vio ya en la primera vuelta, cuándo uno de cada tres franceses tuvieron como opción Marine Le Pen o Eric Zemmour. Y se ha podido ver en esta segunda vuelta, dónde el Reagrupamiento Nacional ha roto un nuevo techo de cristal. Jean-Marie Le Pen hizo el 18% de los votos en 2002, Marine Le Pen alcanzó el 34% en 2017 y ahora se ha hecho con el 42% de los sufragios en las urnas.

La estrategia de "desdemonización" puesta en marcha por Marine Le Pen, de vender supuesta moderación, va consiguiendo a cada elección nuevos éxitos. Ha habido una renovación del discurso, que lo ha hecho ser en varias elecciones la primera opción de los obreros franceses o capitalizar el malestar de las clases populares, por ejemplo entre los chalecos amarillos. Pero no deja de ser la extrema derecha de siempre, la que propone un referéndum para frenar la inmigración, que quiere prohibir el velo islámico en el espacio público o que quiere suprimir el derecho al reagrupamiento familiar, entre otras propuestas xenófobas.

Después de salvar la bola de partido, Francia dispone ahora de cinco años más de margen hasta las próximas elecciones presidenciales. Marine Le Pen, que ya se ha presentado en tres elecciones, ha asegurado que estas eran las suyas últimas. Habrá que ver si acaba siendo así y cómo se reorganiza un espacio hoy dividido pero en auge como es el de la extrema derecha. Lo que es seguro es que en frente no estará Emmanuel Macron, que acabará el segundo mandato permitido por la ley. Habrá que encontrar para el 202 a un candidato que también la pueda frenar.

Legislativas a la vista

Ahora la siguiente prueba de fuego serán las elecciones legislativas del 12 y 19 de junio, donde parece impensable que Emmanuel Macron repita la abrumadora mayoría presidencial que obtuvo del 2017. Con un sistema mayoritario, la extrema derecha ahora aspira a romper un nuevo techo en la Asamblea Nacional. También habrá que ver si la izquierda es capaz de reorganizar y encabezar una alternativa al malestar que no pase por la extrema derecha. Jean-Luc Mélencho ya lo presenta como una "tercera vuelta" que lo escoja como primer ministro de un gobierno de cohabitación. Y Eric Zemmour pide una coalició de "la derecha y los patriotas".