Con las elecciones del pasado día 3, los norteamericanos no sólo han cambiado de partido en la Casa Blanca, sino que han puesto muy cerca del poder a la que podría ser la primera mujer presidenta de los Estados Unidos.

Kamala Harris, la vicepresidenta que escogió el futuro presidente Joe Biden, no es sólo la primera mujer que llega a este cargo, también es la primera mujer de color. Estas dos condiciones eran casi imprescindibles para cualquier candidato demócrata, aunque no parece que su presencia haya ayudado a Biden a conseguir muchos votos: en el estado de California, que ha representado en los últimos años como senadora, los votos habrían ido para el Partido Demócrata de cualquier manera y en el resto del país, su atracción quedaba limitada a los votantes más de izquierda, quienes de todos modos no habrían ayudado al presidente Trump.

Porque los grupos que favorecen al Partido Demócrata son, por una parte, los que están totalmente de acuerdo con sus ideas progresistas, mientras que los demócratas moderados seguramente no han estado muy entusiasmados con su candidatura y es incluso posible que una parte de ellos hayan votado por Trump.

Harris, sin embargo, es la vicepresidenta porque los demócratas esperaban una "oleada azul" (aquí en los EE.UU. los conservadores son rojos y las izquierdas azules) y hacía falta un personaje como ella, que muchos consideran que representa la izquierda de su partido.

Uno de los puntos que la hacen atractiva para los "azules" es su historial familiar: no es ni siquiera medio blanca, sino que es medio negra por padre y medio india por madre, y tanto el uno como la otra eran inmigrantes. La gente de color y los inmigrantes tienen el "hogar político" tradicionalmente en el Partido Demócrata, salvo excepciones como los cubanos o venezolanos, que han huido de un sistema comunista.

El otro punto es su militancia demócrata, especialmente desde que es senadora por California, porque sus intervenciones en el Senado han sido generalmente con los programas y actividades más progresistas.

El problema es que los demócratas que el partido pensaba que decidirían la elección, no son los que han hecho ganar las elecciones por Biden, que llega a la Casa Blanca con unos márgenes muy pequeños. Además, en el resto de las elecciones para congresistas y senadores, tanto a nivel federal como de los 50 estados, los demócratas no han avanzado mucho. Quitando, naturalmente, el "gran premio" que sería la mayoría en el Senado federal y que puede cambiar en el mes de enero si ganan los dos candidatos demócratas que todavía tienen que presentarse a una elección especial.

Si los republicanos pierden estos escaños, seguramente el Senado tendrá 50-50, lo cual dará la decisión precisamente a Kamala Harris, porque una de las prerrogativas de la vicepresidencia es votar en el Senado para desbloquear estos "empates" legislativos.

Una vez que los ánimos se hayan calmado un poco y que acaben los recuentos electorales, los republicanos volverán a la lucha política habitual y recordarán a los votantes demócratas que con Kamala Harris compraron una mercancía diferente de la anunciada.

Porque su historia familiar contrasta con la que ha presentado: ni su procedencia étnica ni familiar la ponen al lado de los pobres o los desfavorecidos. El padre, Donald Harris, nacido en una familia acomodada de Jamaica, no llegó a los Estados Unidos para buscar trabajo ni cruzando las fronteras ilegalmente, sino para hacer el doctorado después de haber hecho la licenciatura en Londres. Él mismo ha reconocido que su familia se había dedicado hace algunas generaciones al negocio de compraventa de esclavos.

Y la madre tampoco formaba parte de los inmigrantes pobres: no vino de la India a los 19 años para lavar platos en un restaurante como tanta gente de su país, sino para hacer el doctorado en investigaciones médicas oncológicas.

A los dos les fue bien: mientras se manifestaban en las calles contra los republicanos, seguían sus estudios y, a pesar de sus protestas contra la política norteamericana, ni el uno ni el otro volvieron a su casa. La madre tuvo un trabajo en un centro de investigaciones de cáncer de mama y el padre es, todavía hoy, catedrático en una universidad de California.

Para la hija, Kamala, es posible que su principal sufrimiento de pequeña no fuera ni la discriminación racial ni la pobreza o precariedad en que viven los inmigrantes, sino el divorcio de sus padres y, más adelante, la muerte de su madre.

El racismo tampoco ha afectado a su vida privada, porque el marido es el abogado Douglas Hemloff, blanco y "anglo" —y dedicado a ayudar a la carrera de su mujer—.

Si su historia familiar no encaja con la mayoría de los votantes negros o pobres (como tampoco encajaba la del presidente Obama, nacido en una familia acomodada y estudiando en una escuela privada en Hawai que hoy cuesta 27.000 dólares cada año), no es muy diferente con su historia personal: durante su época como fiscal del estado de California, se hizo conocer por su posición dura contra los delincuentes, para los cuales pedía penas muy graves.

El talante cambió, naturalmente, al llegar al Senado, donde ha hecho todos los posibles para que la vean a la izquierda de su partido

Lo que sí que ayuda a Harris es el apoyo que ofrece a Biden y que da esperanzas al sector más progresista del partido. Es porque, normalmente, la principal tarea de los vicepresidentes es representar al presidente en funerales y acontecimientos internacionales de segunda importancia, pero en su caso la principal misión de su cargo, que es sustituir al presidente si muere o no puede seguir en funciones, parece más probable que con los presidentes anteriores.

Muchos piensan que Biden no podrá acabar su mandato por lo que parece una senilidad que podría avanzar rápidamente y Harris, con 23 años menos, se convertiría en la primera mujer y de color presidenta de los Estados Unidos.