El Ministerio de Defensa ha revocado las licencias a la empresa israelí Rafael Advanced Defense Systems y a su filial española PAP Tecnos para fabricar en España misiles antitanque Spike LR2. Esta decisión supone la suspensión de un contrato clave adjudicado hace casi dos años —valorado en más de 230 millones de euros— que preveía la producción de 168 sistemas de misiles de última generación para las Fuerzas Armadas españolas. El motivo principal es la voluntad del Gobierno de reducir la dependencia tecnológica de empresas israelíes en materia de defensa en plena escalada de acusaciones internacionales a Israel y de aislamiento al país liderado por Benjamin Netanyahu.

Esta medida se inscribe en el nuevo plan industrial de Defensa, que apuesta por la soberanía tecnológica y la desconexión progresiva de Israel como socio militar. La secretaria de Estado de Defensa, Amparo Valcarce, ha admitido que todavía hay programas en curso con dependencias tecnológicas de empresas israelíes, pero ha asegurado que el Ministerio ya está trabajando para alcanzar el “objetivo cero” dependencia. Uno de los ejemplos más relevantes es el programa SILAM de lanzacohetes, donde también se están buscando alternativas a la tecnología israelí de Elbit. La decisión de revocar las licencias llega después de que España paralizara el comercio de armas con Israel el 7 de octubre de 2023, coincidiendo con el inicio del conflicto fruto del ataque de milicianos palestinos en una fiesta en Israel. Sin embargo, hasta ahora se mantenían contratos activos con Rafael Advanced Defense Systems y otras empresas israelíes, especialmente por la ausencia de alternativas viables en el mercado europeo o internacional.

Contexto internacional: todo el mundo margina en el bully

Esta reorientación de la política de defensa española se inscribe en un contexto internacional marcado por el aislamiento creciente del gobierno de Benjamin Netanyahu. Varios aliados históricos de Israel, como la Unión Europea, el Reino Unido o el Canadá, han endurecido el tono hacia Israel recientemente y han impulsado medidas de presión ante la crisis humanitaria en Gaza, incluyendo la revisión o suspensión de acuerdos y la amenaza de represalias si no se levantan las restricciones a la ayuda humanitaria. Incluso en los Estados Unidos, mano derecha de Israel por excelencia, se han producido gestos de distanciamiento en la gestión de la crisis. La exclusión internacional de Netanyahu se ha acentuado a raíz de las órdenes de detención emitidas para|por la Cort Penal Internacional contra él y su exministro de Defensa, Yoav Galant, acusados de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Esta situación ha generado una ola de rechazo diplomático y ha reforzado la presión para que los países miembros de la ONU eviten cualquier colaboración que pueda contribuir a la ocupación israelí de los territorios palestinos.

Mientras tanto, sobre el terreno, la situación humanitaria en Gaza sigue siendo dramática. El ejército israelí ha sido acusado de matar decenas de civiles en los puntos de distribución de ayuda alimentaria, convirtiendo estos espacios en zonas de riesgo mortal para la población. Según varias fuentes, solo en los primeros días de funcionamiento de estos puntos, más de un centenar de palestinos han muerto y centenares más han resultado heridos. Médicos y trabajadores humanitarios han denunciado ante Naciones Unidas que la distribución de ayuda es sistemáticamente obstaculizada y que el hambre se utiliza como herramienta de castigo colectivo.

Esta política generalizada se puede categorizar de “giro contra el bully”: después de años haciendo de observadores orgullosos y/o pasivos de sus peleas, Europa y Estados Unidos empiezan a hacer gestos que indican un cambio de roles. El largo apoyo de Occidente, que hace más de veinte años que entrega cheques en blanco y hace la vista gorda con las guerras de Israel en Oriente Medio (a menudo perpetradas en beneficio del bloque transatlántico), puede empezar finalmente a dar señales de desgaste. Las grandes potencias mundiales van volviendo la espalda conjuntamente a un país que tiene —de manera cada vez más evidente— las manos muy manchadas de sangre.