Algunos son de San Miguel, otros de Estrella Damm. Hay gente que prefiere las lager a las pale ale, y de otros que pierden el norte por una IPA. A pesar de nuestras diferencias, la cerveza nos gusta a la mayoría de nosotros y forma parte de nuestro día a día. Desgraciadamente, la cerveza puede estar en peligro.

El cambio climático está provocando una mayor intensidad y frecuencia de olas de calor y de escasez de lluvias, que afectará de forma directa la producción de cereales. Se estima que, en el peor escenario, la producción de cebada se reducirá casi un 20%, y en países con larga tradición cervecera como Alemania, Bélgica o la República Checa, pudría a rebajarse hasta un 40%.

La principal problemática que supondría esta drástica reducción sería la necesidad de repartir la cebada según las necesidades del momento. Actualmente casi un 70% de la producción global de cebada se utiliza para alimentar el ganado, un 16% para alimentar al ser humano o reservar para futuras siembras, y el 17% restante para la producción de cerveza. Eso significa que de aquí unos años nos podemos encontrar en el dilema de tener que decidir entre alimentar el ganado o mantener el nivel de producción de cerveza.

Una situación parecida ya se produjo en 1516 en Baviera, cuando se introdujo la ley de la pureza cervecera. Esta regulación pretendía impedir que los cerveceros utilizaran cantidades demasiado elevadas como trigo y no fuera suficiente para hacer pan.

El resultado más evidente de estas tensiones será un proceso paralelo de aumento del precio de la cerveza y de reducción de su consumo. Si se confirman estos acontecimientos climáticos se estima que el consumo global de cerveza se reducirá en un 16%, es decir, unos 29.000 millones de litros. El consumo total de Estados Unidos entero en un solo año.

Si no cambiamos el rumbo y reducimos nuestra huella ecológica, nos podemos encontrar de aquí no tanto de tiempo, que el simple acto de hacer una caña con los amigos se convierta en un lujo sólo disponible para los bolsillos más llenos.