Carísima Meritxell,
Te pedí un vino para plantarme la próxima semana a Girona y esta vez, excepcionalmente, te escribo antes de haberlo disfrutado con buena compañía. Por suerte, hace tiempo que conozco el Pur de Mas Oller, seguramente porque tengo una especial predilección por todo lo que hace Carlos Esteva, artífice de Mas Oller y alma mater de una de las mejores bodegas del Penedès, Can Ràfols dels Caus. Si te escribo antes de abrir un par de botellas dentro de unos días, por Sant Narcís, es precisamente por eso: porque he pensado que la próxima semana serán muchos los gerundenses -y no gerundenses- que celebrarán la fiesta grande de Girona con una cena de aquellas que no querrías que acabaran nunca. Por lo tanto, supongo que es una buena idea que miren tu vídeo, te escuchen bien y sepan que por poco más de 10€ pueden beber la esencia más ecléctica del Empordà en este tinto de sirà, garnacha y cabernet sauvignon elaborado a escasos veinte minutos de la ciudad más bonita de Catalunya.

 

Tú y yo acostumbramos a estar de acuerdo la mayoría de veces, como por ejemplo a la hora de afirmar que Florencia es la ciudad más impresionante del planeta, por eso recuerdo cuándo te dije que había vivido seis veranos en Girona y me dijiste que es una ciudad monumental, una especie de Florencia a la catalana. "No lo digas demasiado alto, que los del Empordà se creerán demasiado que son la Toscana catalana, entonces", te dije yo en un ataque chovinista de penedesismo extremo. A Girona no hay que compararla con nada, sin embargo, porque ella sola ya es incomparable a todo. La próxima semana, cuando por Sant Narcís la ciudad vuelva a hervir y demuestre que celebrar la fiesta mayor en invierno es un disparate que sólo sale bien en Girona, todos los catalanes que no vivimos junto al Onyar volveremos a ver fotos, posts y hashtags por todas partes que dirán aquello de que Girona enamora, y entre la envidia y los celos sabremos que la frase lleva más razón que un santo. Tanta razón que hace rabia y todo. Quizás porque incluso, más allá de su innegable belleza arquitectónica y su musculatura cultural, Girona ha sabido hacer frente al hecho de no ser una ciudad eminentemente vinícola con una jugada maestra: bautizar como Plaza del Vino su plaza más importante.

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La principal plaza gerundense se ha llamado de mil maneras diferentes, desde "Plaza de las Albergueries", en su origen", hasta "Plaza de España" durante el franquismo, pasando por "Plaza de la Constitución", "Plaza de la República" o "Plaza de Isabel II", pero desde hace cuarenta años vuelve a decirse cómo popularmente lo había conocido todo el mundo desde el siglo XVI: plaza del Vino, por el solo hecho de que allí, los días de mercado, se vendían vino y espirituosos. ¿Puede haber nombre más bonito en el mundo, por una plaza? Cualquier amante querría decir "quedamos en la plaza del vino" de alguna ciudad antes de la segunda cita con alguien, no lo negaremos. No hay que ponerse fantasioso, sin embargo, ya que seguramente ya se hayan escrito millones de cosas demasiado fantasiosas sobre Girona antes. Que si las fachadas de colores vivos colgando encima del río, que si el Puente de la Princesa cargado de historias de enamorados o que si las leyendas como la de las moscas o la del Tarlà de l'Argenteria.

La literatura sobre Girona es más densa que esta Pur de Mas Oller, que baja como el agua y tiene un equilibrio perfecto en boca, por eso hoy no caeré en la trampa de seguir produciendo prosa elogiadora sobre la ciudad más bonita del país, sino que me limitaré a afirmar que Girona también es una ciudad de vino, y no sólo porque su Ayuntamiento esté en la Plaza del Vino o porque el sumiller más importante de Catalunya, Josep Roca, sea gerundense. En el Barri Vell, sin ir más lejos, hay un par o tres de vinaterías que permiten recorrer la ciudad saltando de una copa de vino magnífica a otra. Hablo de La Simfonia, uno de los mejores wine-bar de Catalunya. Hablo del bar El Vinitu, vecino de la vermuteria La Malabarista. Hablo de La Garrina, un epicentro gerundense para los amantes del vino natural. Y hablo, sobre todo, de la librería-enoteca El Context, un espacio mágico creado por el gran Frederic Streich, que nos dejó hace poco y al cel sia, donde los buenos vinos casan con los buenos libros en un matrimonio tan fiel y seguro como lo que forman Girona y la Belleza, con mayúsculas. Por cierto, hablando de matrimonios, la próxima semana es la castañada: ¿con qué vino dulce casan mejor los panellets y las castañas?

Un abrazo,
P.