Conviene empezar con un aviso importante: este artículo contiene información que puede herir la sensibilidad de las personas italianófilas, los enamorados que consideran una buena idea tener una cita Tinder en una franquicia famosa por las pizzas y, en general, la gente a la que comer en La Tagliatella le parece una cosa normal cuando en realidad es extraordinaria. Dicho esto, empecemos por el principio. En los últimos tiempos, la palabra 'experiencia' se ha convertido en la gran muleta con la cual embadurnarlo todo. Hasta hace poco, una experiencia era ir a Aquadiver, visitar los volcanes de La Garrotxa con un trenecito o, incluso, coger Las Golondrinas y hacer una vueltecita hasta el rompeolas. De repente, sin embargo, visitar una bodega donde un guía turístico te mete la chapa hablándote de macabeos macerados con levaduras indígenas pasó a ser una experiencia, hacer una cerveza en la terraza de un hotel de la rambla del Raval resultó ser una experiencia e, incluso, cortarse el pelo en según qué sitios se convirtió, también, en una experiencia. De todas las experiencias habidas y por haber, sin embargo, ninguna es comparable a la de entrar en un restaurante teóricamente italianísimo y descubrir que, en realidad, el origen de todo está en Lleida.

La Tagliatella platos comedida|cotamaño
Foto inspiracional de La Tagliatella que da ganas de gritar "Viva l'Italia!" [Latagliatella.es]

Pizzas gigantescas que tienen un diámetro más grande que el Coliseo de Roma, platos de pasta personalizados con un "escoge tu salsa" que hacen sentirte Giovanni Ranna y postres dulcísimos que parecen ser obra de una adorable mamma italiana de Reggio Calabria y que, en realidad, son de fabricación más industrial que las 'tote bags' de tela con el nombre del restaurante y la ilustración de alguna ciudad italiana. ¿Desde cuándo pasear por el Born con un bolso de La Tagliatella con la silueta de que sé yo, Perugia, es trendy? Desde que llevar las zapatillas deportivas del Lidl o reconvertir Benidorm en epicentro del festival de música española con más audiencia televisiva también lo es, supongo. Es aquí, en esta Champions League de las cosas kitsch, donde indudablemente La Tagliatella no tiene rival y siempre acaba ganando, por mal que lo haga, igual que el Real Madrid. El secreto de su éxito radica en eso, de hecho: todos parecemos saber que nada de lo que pasa allí dentro es cierto del todo, pero a pesar de eso, nos sigue fascinando creernos por un rato toda aquella farsa italianófila. Nos la creemos tanto que no solo nos llena el estómago, sino que nos cambia el estado de ánimo e incluso nos empuja, por alguna extraña razón espaciotemporal, a llamar "lambrusquito" al lambrusco y, sobre todo, a pedirlo "fresquito".

Tagliatella tote bag
¿Es la bolsa de ropa de La Tagliatella un accesorio de culto? [Latagliatella.com]

La Tagliatella es una figuración, como todas las franquicias mundiales que el capitalismo ha hecho crecer como la espuma. Si los vendedores del Foot Locker no son árbitros de fútbol americano y la carta del Starbuck's Coffee no tiene ningún interés en detallar las diferencias organolépticas entre las variedades de café Arabica, Robusta o Liberica, la decoración de cualquier La Tagliatella tampoco puede esconder que se trata de una recreación postiza y cutre de un restaurante prototípico italiano. Tan cutre, de hecho, que incluso se permite colocar mosaicos en la pared con palabras italianas mal escritas, como "pommodoro" con dos emes. ¿Dónde hay más horror vacui, en La Tagliatella o en la parroquia de Santa Maria di Valverde, en Palermo? Sin duda, la respuesta buena es la primera, quizás porque para italianizar un restaurante hace falta, primero de todo, decorarlo de la manera más barroca posible.

Tagliatella pommodoro
Un mosaico de imitación etrusca y en el cual los tomates no se llaman|dicen pomodoro. [@quadern_tactil]

Estatuas de madera que emulan las de alguna diosa romana, frases teóricamente inspiradoras y en italiano que tendrían que producirnos un efecto más reconfortante que un verso del Canzionere de Petrarca y fotos antiguas de cualquier ciudad italiana para hacernos creer que sí, que estamos en Italia y que de la cocina saldrá un cocinero bajito, regordete y con bigote llamado Luigi –porque todos los cocineros italianos se llaman Luigi, como ya sabían los Simpsons- sirviéndonos un plato de pasta hecho con una receta de su bisabuela. Pero nada de eso pasa, porque nada en La Tagliatella es real y porque ningún italiano, tenga bigote o no y se llame o no Luigi, sería por ejemplo capaz de cocinar una carbonara con crema de leche. Y no sólo eso, ya que evidentemente tampoco contiene guanciale o queso pecorino, sino bacon y queso parmesano. Uno no-se-podía-saber de manual. En resumen, se podría decir que el nivel de los platos de pasta, sean unos pappardelle, unos campanelle o unos rigatoni, es el de cualquier plato de espaguetis cocinados en un apartamento turístico cuatro adolescentes de vacaciones en Platja d'Aro. Al módico precio de 14€ la ración, eso sí.

Tagliatella carbonara Parque Vallès
Unos papardelle alla carbonara, no se sabe exactamente cuál, en La Tagliatella del Parc Vallès. [Latagliatella.es]

Tampoco el risotto está hecho con arroz carnanoli o malatelli, y el aroma de caldo de pastilla Avecrem que desprende es de una italianidad más que dudosa. Si os atrevís a pedir la parmigiana, sabed que os llegará un tipo de gratinado de berenjenas a la plancha acompañado de una especie de masa de difícil descripción y finas capas de pasta, como si fuera más bien una lasaña. La pregunta, pues, es: ¿cómo se lo ha montado esta franquicia para tener el éxito que tiene y haberse convertido en el restaurante italiano más famoso del sur de Europa? Pues teniendo locales grandes y perfectos para una cena de final de curso, una carta llena de palabras italianas que hipnotizan más que un encantador de serpientes con una flauta y, sobre todo, unas pizzas inmensas y con combinaciones de ingredientes más inverosímiles que un cuadro de Pollock. El tamaño, el contorno crujiente, la ausencia de levadura que aligera la ingesta y una estética cien por cien instagrameable hacen que las pizzas de La Tagliatella hagan salivar antes de comerlas, pero pasados cinco minutos aquel magnífico plato se convierte en una masa amorfa y sin gusto, motivo por el cual saborear los últimos cortes es más insípido que un partido de la Serie B italiana con dos equipos poniendo en práctica el catenaccio.

La Tagliatella pizza
Una pizza de jamón dulce y champiñones minutos antes de enfriarse y ser incomestible. [Latagliatella.es]

Con todo esto, nos falta el último elemento clave de la experiencia: la bebida. Ahora bien, pretender encontrar sentido a la carta de vinos también es un ejercicio de riesgo casi más peligroso que pasearse por las calles de Nápoles con una camiseta de la Juventus y una pancarta que diga "Maradona non è nessuno". Por una parte, hay I vini (los vinos), y del otro I vini italiani, diferenciación adjetival altamente curiosa si tenemos en cuenta que se trata de un restaurante italiano e italianísimo donde incluso los servicios pretenden desprender la italianidad propia de un lavabo del palacio de los Saboya. ¿No tendrían que ser italianos todo los vini, pues? Parece que no, ya que en la italianísima La Tagliatella el vino della casa proviene de un pueblo tan italiano como Murchante, junto a la italianísima ciudad navarra de Tudela. Todos los vini –que no i vini italiani- son tanto della casa que empresarialmente provienen, en efecto, de bien cerca de nuestra casa: de Sant Sadurní d'Anoia, ya que el 98% de la carta de vinos la pueblan referencias del grupo Raventós Codorniu, ya sean vinos de la bodega Scala Dei, Raimat, Legaris o Bodegas Bilbaínas. Las referencias de los vini italiani son escasas y provienen del Piamonte, el Veneto, el Emilia-Romagna y la Toscana, y contienen vinos que harían morir de un susto a cualquier italiano.

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La Tagliatella del Centro Comercial el Aljibe, lugar|sitio idóneo para sentirse|oír en casa de Valentino Rossi. [CCAljub]

Todo en La Tagliatella es tan extraño que las olivas que te sirven en el aperitivo son las italianísimas 'pelotín' de Andalucía, la madre de todas las pizzas como es la Margherita se considera una pizza de niños –para i bambini, dice la carta- y los camareros tienen tan asumido que el restaurante es una máquina de facturar dinero que llevan todos ligada a la cintura una riñonera negra de cuero con dinero en metálico dentro, como los revisores de autobús TMB en Barcelona hace veinte años. Con todo este cóctel explosivo, lo más lógico sería salir del restaurante con la sensación de haber ido a cenar a un restaurante del área temática "Italia" que finalmente alguien descartó cuando crearon Port Aventura, pero el jaleo todavía se hace más gordo cuando se descubre de dónde viene todo: de Lleida, concretamente de la pizzería Trastevere de la capital del Segre donde hace más de treinta años José Manuel Chacón, hasta entonces propietario de un humilde restaurante leridano y buen amante de la gastronomía italiana, decidió abrir el negocio y crear La Tagliatella, que se acabaría vendiendo el año 2006.

Saber que la italianísima La Tagliatella es un invento catalán es tan fascinante que, por lógica, hace pensar que en un universo paralelo en el cual por desgracia no viviremos nunca, en Italia hay una cadena de restaurantes denominada Terra Ferma, fundada en Perugia y con mil locales donde los italianos se lamen los dedos comiendo caragols a la llauna, panadons d'espinacs o cristines de Sant Blai en comedores llenos de fotos del centro histórico de Mollerussa o La Seu d'Urgell, versos de Màrius Torres inscritos en las paredes y un hilo musical donde suena sin interrupción Renaldo&Clara, Xavier Baró o el Gitano de Balaguer. Desgraciadamente, nada de eso existe, como tampoco nada de lo que parece italiano en La Tagliatella es auténticamente italiano, seguramente por este motivo uno entra creyendo que va a un ristorante y acaba saliendo de allí con la sensación que ha cenado en un pequeño parque temático donde todo es una simulación, donde la pizza no es pizza, donde el vino della casa no es della casa, donde la carbonara no es carbonara y donde Italia es, en realidad, un sueño nacido en Lleida.