Nos gusta comer. Es un hecho cultural, y va mucho más allá de las necesidades nutricionales, que son cuestión de pura supervivencia y podríamos resolver sin complicarnos mucho la vida. Tampoco nos gusta comer solos. Este es otro hecho contrastado, y solo nos conformamos si no hay más remedio (excepto a los poseedores de un espíritu melancólico y misántropo, que suficiente que hay). Y, sobre todo, también nos gusta que nos inviten, que no tengamos que pagar por lo que comemos. Gratis total. Nada nos hace más felices que engullir gratis.

Calderas invernales y comunitarias

Pues ahora, en pleno mes de enero, tenemos la oportunidad de no comer solos, sino en comunidad, y recordar, de paso, que vivimos en una sociedad de sibaritas, tragones y gourmets. Enero es el mes de las calderas invernales y comunitarias. La distribución de estas escudellas populares es irregular, con un cierto predominio de la zona montañesa, quien sabe si favorecidas por un clima más propicio a la ingesta calórica. En Andorra se hacen en todas las parroquias (excepto, no se sabe por qué, en Ordino), por Sant Antoni y Sant Sebastià.

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La preparación de las calderas en la Seu / Foto: A. V. y M. F.

En la Seu se llama la Calderada, y los oficiantes son la Cofradía de Sant Antoni, integrada por los campesinos del Urgellet. Por Sant Sebastià se hace también en el Pont de Suert, y estas demostraciones se alargan todavía hasta más tarde, y el martes de Carnaval se elabora el famosísimo Ranxo de Ponts. Y a más sitios: en Albons, Castellterçol, Capmany, el Soler, Gelida, Isona, Montmaneu, Rialp, Talarn, Verges, Vidreres... Es este punto de equilibrio entre el hecho de que no es excepcional, pero sí característico.

En enero tenemos la oportunidad de no comer solos, sino en comunidad, y recordar, de paso, que vivimos en una sociedad de sibaritas, tragones y gourmets

Este tipo de escudellas populares, cada uno con las particularidades locales que les dan carácter, es un fósil de las famosas pitanzas medievales: aquellas comidas comunitarias, financiadas con legados devotos o con dejas testamentarias, con el objetivo de beneficiar el alma de los dotados favoreciendo —apaciguando, mejor dicho— el hambre del pueblo. Con el paso del tiempo, las cofradías asistenciales y gremios de oficios empezaron a encargarse de transformar esta tradición piadosa, y este es todavía el modelo que predomina hoy: los campesinos que se organizan por Sant Antoni del Porquet, las cofradías que surgieron en el siglo XIX para agradecer a Sant Sebastià la intercesión contra el cólera morbo, el Consorcio de Casados de Andorra la Vieja —que organiza el Consell del Bull. Y etcétera.

¿Tradiciones lejanas y pasadas de moda?

Hoy, esta manera de organizarse nos puede parecer muy lejana, pasada de moda. Es muy de antiguo régimen: ceremonias extremadamente ritualizadas, envueltas en una malla repleta de costumbres y tradiciones complementarias (los Tres Tombs, los panecillos bendecidos contra el dolor de garganta, el desfile de abanderados, la presencia ceremonial de las fuerzas vivas y el señor rector intentando aguar la escudella con unos asperges).

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Las escudellas populares son un fósil de las famosas pitanzas medievales / Foto: A. V. y M. F.

Todas las cifras que se mueven en este tipo de comidas son increíbles. Como pasaba en la cubierta de Astérix y Cleopatra, la enumeración de los ingredientes es una pura exageración, una demostración de munificencia, de no ahorrar en nada. Se empieza temprano, de madrugada. Hay que calentar centenares de litros de agua, porque las raciones que se reparten entre la población son miles, literalmente. A partir de aquí, cada lugar tiene su receta particular, personal y —generalmente— intransferible, aunque no sea considerada como un secreto de estado y se modifique en función del gusto del director de orquesta.

Lo que cuenta es la perpetuación del ritual, el respeto escrupuloso y fidelísimo a la tradición. Si eso se mantiene, la escudella será inmejorable

Tantos (muchos) kilos de arroz, de tocino, de garbanzos, de patatas, de butifarra negra, de fideos, de sal. Cocer, cortar, colar, remover. En el fondo, la fórmula exacta da igual: lo que cuenta es la perpetuación del ritual, el respeto escrupuloso y fidelísimo a la tradición. Si eso se mantiene, la escudella —o la vianda, o la calderada, o el rancho— será inmejorable, aunque nos tememos que cada vez habrá más presión para sustituirlas por insípidas ollas de ramen con tofu. Y hasta el próximo año si Dios quiere.