La hora del aperitivo, especialmente si es en fin de semana, acostumbra a ser uno de los pocos instantes que nuestro acelerado mundo todavía reserva a la contemplación, la calma y el ocio creador. Una terraza con sol, la previa de una costalada con los amigos o el preámbulo de una de aquellas comidas familiares que llenan la nevera de botellas de cava. Cualquier escenario vale, ya que la vida es una idea magnífica, durante un aperitivo. Aparentemente, nada puede estropear aquella fracción de tiempo en la cual todo es tan perfecto que parece guionizado por el director de un anuncio de Estrella Damm, pero desgraciadamente hay una serie de gente en el mundo, sufridores extremos y tiquismiquis de récord mundial, que no siempre podemos disfrutar plenamente del aperitivo por una razón muy sencilla: vivimos con el miedo a pedir unos berberechos y ver que nos los sirven tal cual, tristemente preparados con su líquido de cobertura y sin salsa.

Berberechos: cuando el secreto está en la salsa

Empecemos hablando claro: este no es un artículo para simples consumidores de berberechos, sino para gourmets de la materia. O sea, para aquellos que, como un servidor, percibimos que la felicidad es un globo de aire que se revienta cuando tropezamos con un platillo donde los berberechos flotan en una piscina de líquido blanquecino, denso y que tiene las mismas propiedades organolépticas que el agua de fregar. Junto con el vermú con sifón o el Bitter Kas, uno de los grandes tesoros del aperitivo son los berberechos, pero una cosa es abrir una lata y verter el contenido dentro de un cuenco, ejercicio que reclama unos quince segundos de trabajo, y otra muy diferente es abrir una lata y preparar la salsa para aliñar el plato, cosa que reclama seguramente un minuto más de curro, pero multiplica por diez el placer de saborear estos pequeños moluscos.

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Unos berberechos al vapor que ni mucho menos se acercan a la perfección.

Evidentemente, hay marcas comerciales en que los berberechos salen mejor que las otras marcas, aunque más o menos la mayoría de las latas tienen dos cosas en común: cuestan un ojo de la cara en el supermercado y con todas, tarde o temprano, acabas encontrando algún día que el producto tiene 'arenilla'. Como pasa con la pasta, el arroz o el cine de Albert Serra, por tanto, en los berberechos es más importante el cómo que el qué, ya que el ochenta por ciento del éxito reside en la forma de acompañar el elemento protagonista del plato. Por este motivo a mí solo me gustan los berberechos preparados a la manera de mi padre. Ahora bien, por culpa de eso sufrí durante años infelicidad crónica en los aperitivos fuera de casa, porque fuéramos al restaurante que fuéramos o hiciéramos el vermú en casa de los familiares que fueran, nunca estaban los berberetxos que se preparaban en mi casa los domingos y la tristeza se apoderaba de mí, al igual que lo hace de un filólogo cada vez que lee un castellanismo.

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Unos berberechos que hacen mejor cara, pero que sin salsa se ven tristes como un día sin sol.

Ya de mayor, cansado de ser el quejica de turno que nunca comía berberechos fuera de casa y daba la lata incluso cuando íbamos de camping con los colegas y alguien sacaba la salsa Espinaler antes de comer, pedí un día a mi padre que me enseñara la receta mágica de sus berberechos. Bolígrafo en mano, yo estaba preparado con mi libreta esperando que me indicara la poción mágica que me permitiría hacer proselitismo del aperitivo y convertir el mundo en un lugar mejor, ya que un planeta donde todo el mundo sirva bien los berberechos es un planeta donde vale todavía más la pena vivir, pero por sorpresa mía él se limitó a abrir el armario de la despensa y sacar una botella de color oscuro que literalmente veía allí desde que tengo uso de razón. Era la salsa de romesco Feliubadaló, pequeña, humilde y con un packaging que tenía resonancias de cuando el marketing no era una ciencia de gurús que conjuntan zapatillas deportivas Nike con americana.

El maná de L'Ametlla del Vallès

Aquella botella formaba parte del mobiliario íntimo de mi casa, al igual que el Déu vós guard con la virgen de Montserrat en la puerta de casa o la placa de Aquí hi viu un del Barça que mi abuelo colgó en la entrada del jardín, seguramente por eso desde aquel día pasó a ser para mí un elemento sagrado más, ya que contenía el secreto mejor guardado de los mejores berberechos que uno puede comer. Junto con las crónicas de Eugeni Xammar y las canciones de Miqui Puig, la salsa de romesco Feliubadaló, creada por don Josep Feliubadaló en 1942, es la tercera cosa más importante que ha salido nunca de L'Ametlla del Vallès, como bien demuestra que ganara la Medalla de Oro de la "Selection Mondiale de la Conserve" el año 1967. La diferencia de esta con las otras salsas de aperitivo es que, lógicamente, la salsa de romesco lleva tomate. Si el romesco etimológicamente deriva de 'remescolar', tiene todo el sentido del mundo mezclar los berberechos con esta salsa, ya que alcanzan un punto picante, intenso y nada avinagrado, cosa magnífica para los poco amantes del vinagre.

Salsa romesco Feliubadaló
La salsa de romesco Feliubadaló, patrimonio culinario catalán.

"El truco es tirar casi toda la agüilla de los berberechos y guardar solo un 10% de la que hay en la lata", me dijo mi padre aquel día. Yo, atento, escuchaba como el alumno a quien el gran maestro está enseñando un conocimiento universal. Después vi que hacía falta sencillamente vaciar los berberechos con esta pizca de jugo dentro de un platillo hondo, añadir cuatro o cinco gotas de la salsa de romesco, que es densa como la poesía de Carles Riba, y mezclarlo con un poco de pimienta, una pizca de comino y un chorrito de aceite de oliva. Esta era la receta. La recuerdo bien, aunque desde aquel día hayan ya pasado muchos años y, por lo tanto, muchas cosas. Por suerte, ya hace tiempo que pude emanciparme de casa, irme a vivir solo, aprender a hacer la compra en el supermercado y darme cuenta de que, por desgracia, encontrar la salsa de romesco Feliubadaló en cualquier sitio no es una tarea fácil. Por suerte, en la tienda de comestibles de mi pueblo la venden desde tiempos inmemoriales, y también en el Bonpreu de la calle Provença donde ahora lleno el carro semanalmente, pero por desgracia sigue siendo escasa en los bares y restaurantes donde a veces hago el vermú.

Sr JOSEP FELIUBADALO y su esposa Sra CARMEN HERRERO
El señor Josep Feliudabaló y su esposa Carmen Ferrer, a quien tanta felicidad debemos.

Por suerte, con el tiempo he convencido a mis amigos de que 'la receta de mi padre' es la mejor para disfrutar de los berberechos, pero por desgracia mi padre ya no puede fanfarronear del descubrimiento porque murió hace dos años. Pasado mañana, precisamente, habría cumplido setenta y un años y, seguramente, antes de la comida de cumpleaños, habría preparado los berberechos a su manera, que evidentemente también es la mía. Por desgracia, lo único que puedo hacer para agradecerle la receta es escribir artículos como este. Por suerte, sin embargo, mientras exista esta salsa yo seguiré haciendo el vermú con él cada vez que preparo el aperitivo con nuestro secreto, ya que unos berberechos que te conectan con alguien que ya no está, sin duda, son los mejores del mundo.