El Zoo de Barcelona ya tiene veredicto. En el último pleno de su primera legislatura, el gobierno de Ada Colau aprobaba por unanimidad su transformación en un centro de referencia en la conservación y divulgación de la fauna autóctona del Mediterráneo. Es decir, en una especie de Molló Parc pero, a diferencia de éste, que acoge ososlobos en el corazón de los Pirineos, el centro mediterráneo (ahora hablo del Zoo) se ubicaría entre la Ronda del Litoral y la Gran Vía. Así pues, nuestro querido Zoo entra en una nueva etapa. A medida que los animales exóticos se mueran, como el rinoceronte o la familia de elefantas, estas especies irán desapareciendo. Y aquellas que puedan trasladarse a reservas o santuarios como los camellos o las cebras, también las perderemos de vista. Parece que las especies amenazadas como los orangutanes o las gacelas mohor, podrán seguir reproduciéndose siempre que se demuestre que pueden ser reintroducidas en su hábitat natural. Y todo por sólo 64 millones de euros!

 

"Una educación basada en la empatía con los animales puede reducir la violencia interpersonal, el bulling escolar y fomentar la cultura de la paz"

 

El motor de esta revolución ha sido la plataforma animalista ZooXXI, una propuesta de orden internacional para la reconversión de los parques zoológicos para adaptarlos a la ciencia y la ética de nuestra época. Entre otros objetivos, los animalistas plantean convertir el Zoo en un centro que cuestione el cautiverio y se convierta (más allá de una instalación artística, opino yo) en un espacio pedagógico de reflexión colectiva. Según explican los animalistas, los expertos en el ámbito de prevención de la violencia aseguran que una educación basada en la empatía con los animales puede reducir la violencia interpersonal, el bullying escolar y fomentar la cultura de la paz; lo que se conseguiría educando en la especie -los elefantes-, pero también en el individuo -el elefante- como un ser único e irrepetible con una vida emocional plena. Ahora bien, me pregunto si después de neutralizar el Zoo (los trabajadores del parque temen que nadie vendrá a ver las nutrias del Besós o los tritones del Montseny), la plataforma ZooXXI se lanzará también al cuello del Aquàrium de Barcelona; como mínimo, para liberar a los dos o tres pulpos que tienen en la pecera entre los dos túneles subacuáticos


foto1 (4)
Pulpo en una pecera / Foto: edmondlafoto

"Los pulpos también tienen una vida emocional: sufren y experimentan trastornos profundos de su estado de ánimo"

El pulpo es un animal invertebrado de la familia de los moluscos cefalópodos presente en aguas templadas de todos los mares y océanos del mundo (se han identificado más de 300 especies diferentes). Sus ochos brazos llenos de tentáculos y su cabeza bulbosa provista de dos ojos con pupilas en forma de U, generan una imagen de ellos o de ellas inconfundible (es una especie dioica y sus individuos pertenecen a uno de los dos sexos). Es considerado el animal invertebrado más inteligente del planeta, a pesar de que la ciencia desconoce aún de dónde le viene esa inteligencia. De igual manera que los humanos, los monos o los delfines, el pulpo tiene un cerebro relativamente grande en comparación a su cuerpo. Pero, a diferencia de nosotros, los pulpos tienen una esperanza de vida muy corta y no forman vínculos sociales duraderos; unas condiciones a priori necesarias para el desarrollo de la inteligencia entendida como la capacidad de idear soluciones a problemas o planificar maneras de afrontar retos futuros. El quid de la cuestión, sin embargo, es que a parte de inteligentes los pulpos también tienen una vida emocional: sufren y experimentan trastornos profundos de su estado de ánimo. Por si lo dudas, te recomiendo mirar el documental ganador del Óscar 'My octopus teacher' (disponible en la plataforma Netflix), que narra la relación entre un buceador y un pulpo en un bosque de aguas submarinas en Sudáfrica.

"La producción de pulpo ya es casi una realidad de la acuicultura, que se irá sofisticando presumiblemente a base de harinas procesadas y antibióticos"

Buceando por las playas y calas de Cataluña, resulta fácil ver un pulpo metido entre las rocas, camuflado bajo la arena, encofrado dentro unas conchas o despistado en busca de un cangrejo; momento idóneo para cogerlo por la cabeza o dispararle con el arpón (recuerda que resulta indispensable la licencia de pesca de superficie o submarina, y que hay que respetar las tallas mínimas). En el ámbito comercial, la pesca sostenible del pulpo se realiza con nasas, que son como cestas donde el pulpo entra y no puede salir, o cangilones, un arte de pesca artesanal que consiste en calar una especie de ánforas de barro donde los pulpos entran buscando refugio o un hueco donde instalarse. Desgraciadamente, el pulpo se pesca también con artes de arrastre; un método que aparte de degradar el fondo marino, los embute, degradando también sus propiedades organolépticas. Sin embargo, la producción de pulpo ya es casi una realidad de la acuicultura, la misma que se irá sofisticando presumiblemente a base de harinas procesadas y antibióticos (a diferencia de cultivar lubinas o doradas, peces de nula inteligencia, el cultivo de pulpo supone un gran reto debido a su capacidad de aburrirse).

foto2 (5)

Pulpo escondido en unas conchas / Foto: arhnue

En el Mediterráneo existen tres especies de pulpo: el pulpo común (Octupus vulgaris), de hasta un metro y ocho kilos de peso; el pulpo blanco (Eledone cirrhosa), que alcanza los dos quilos pero en general es pequeño (los venerados pulpitos); y el pulpo almizclero (Eledone moschata), endémico del mare nostrum y de peso y tamaño similar al pulpo blanco. Si en un restaurante pides pulpo y te sirven la típica pata con guarnición, salteada, a la brasa o hervida, seguro que comerás pulpo común. Pero si te decantas por el pulpo con cebolla o cualquier guiso tradicional de pulpo (al menos en Cataluña), lo más seguro es que comas pulpo blanco o pulpo almizclero (este último de un aroma maloliente, a pesar de que el almizcle es la sustancia más cara de la perfumería). La cuestión es que, comas el pulpo que comas, comerás cerebro; porque sus neuronas se distribuyen a lo largo de sus brazos y tentáculos y, técnicamente, su cerebro es su cuerpo y viceversa. Por lo tanto, si no comes cerebro por principios; ni de cordero, ni de ternera, ni de cerdo... tampoco deberías comer pulpo; un animal con tres corazones capaz de sufrir y sentir como tú. Sin embargo, si bendices todo lo que te cae en el plato, desde una gamba a un chuletón, desde una lechuga a un cerebro, con el pulpo tienes un motivo añadido: es uno de los alimentos más completos y saludables que existe y la gallega, en rodajas sobre un charco de aceite bueno y con una pizca de pimentón, es un deleite insuperable.

foto3 (3)

Pulpo a la gallega / Foto: Arnau Vilà