Vayamos al grano y empecemos por definir a una persona clínicamente obesa y averiguar si formas parte del 17,5% que lo es en nuestro país (Idescat, 2020). Desde 1850, la obesidad se mide mediante el Índice de Masa Corporal (IMC), que es el resultado de dividir la masa de una persona (en kilogramos) entre su altura al cuadrado (en metros). Según dicta la OMS, una persona adulta con un IMC por debajo de 18 kg/m² se considerará demasiado delgada; entre 18 y 25 kg/m², con un peso normal; entre 25 y 30 kg/m², con sobrepeso (donde ya se encuentra el 42,1% de los hombres y el 26,8% de las mujeres catalanas); y, por encima de 30, con obesidad. Hecho este repaso, y ahora que nos hemos clasificado y sabemos si nos faltan sopas de carne o de verduras, trasladémonos mentalmente a las islas paradisíacas del océano Pacífico, ese lugar que ocupa un tercio de la superficie del planeta, pero que representa menos del 1% de la población mundial. Concretamente, viajamos hasta la isla de Nauru, en plena Micronesia (por cierto, el tercer país más pequeño del mundo después del Vaticano y el Principado de Mónaco); un atolón o arrecife de coral rodeado de aguas turquesas, palmeras cocoteras y peces de colores, cuyo aroma a la brasa ya nos parece teñir su aire tropical. Sin embargo, una vez ponemos un pie en la isla, a primera vista el panorama no se ajusta a nuestras expectativas. En lugar de cestos con frutas exóticas, batidos irisados ​​coronados con sombrillas de papel, y hombres y mujeres esbeltas engalanados con flores, el cóctel de bienvenida se compone por latas de Coca-Cola, alitas de pollo frito con mayonesa y bolas de helados procesados ​​bañados con jarabe de colores imposibles. Y, por más inri, absolutamente todo el mundo es obeso. O mejor dicho, muy obeso. Y, tal y como cantan los Manel, parece “que les empiece a chorrear por el frente aceite de sobrasada como si fuera sudor”.

Nauru a vista de pájaro / Foto: Amusing Planet
Nauru a vista de pájaro / Foto: Amusing Planet

Primero fueron las conservas y después la comida procesada. Y, una vez que la industria alimentaria desembarcó en la isla, los índices de obesidad y diabetes se dispararon

Breve historia de un desastre

Nauru fue 'descubierta' durante el siglo XVIII por el capitán británico John Fearn. A partir de entonces, y sin tener demasiado en cuenta a la población nativa que desde hacía milenios habitaba este microcosmos, la isla fue pasando de manos (de los alemanes a los ingleses, a los japoneses, a los australianos) hasta conseguir su independencia en 1968. Inicialmente, el interés por esta isla respondía a su posición estratégica cerca de todo y de nada al mismo tiempo. Pero cuando en 1903 se descubrió que el pedazo de tierra era en realidad un enorme depósito de fosfatos (o, en otras palabras, una gran montaña de mierda de pájaros -el guano- que durante miles de años habían utilizado este sitio como parada en sus rutas migratorias), este lugar paradisíaco pasó a convertirse en una mina a cielo abierto de fertilizantes orgánicos. Como consecuencia de esta explotación, hacia los años setenta, Nauru se convirtió en el segundo estado más rico del mundo (¡con una renta per cápita de más de 50.000 dólares americanos!), además de un paraíso fiscal sin ninguna normativa contra el blanqueo de capitales, cosa que atrajo aún más la inversión extranjera. Sin embargo, los vientos favorables duraron poco. Cuando aún no hacía cien años que se extraían, los fosfatos se agotaron, y una sucesión de gobiernos corruptos de herencia colonial condujo al país a la ruina. A partir de ese momento, la situación no podía ser más desoladora. El interior de la isla tenía un aspecto de paisaje lunar, la laguna que desde tiempos inmemoriales había servido para criar peces se había convertido en un pozo de metales pesados, y en un abrir y cerrar de ojos, el lugar más fértil del mundo se había convertido en un sitio imposible para la agricultura.

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Unos nauruanos dando un paseo / Foto: Wikimedia

El mundo se ha sumido en esta contradicción: mientras una mitad se muere de hambre la otra se muere de obesidad

Una isla en el horizonte

El paraíso se había vuelto el infierno. La época de las vacas gordas había generado una demanda de alimentos de lujo, que pronto se reconvirtió en la necesidad de importar alimentos básicos del exterior. Primero fueron las conservas y después la comida procesada. Y, una vez que la industria alimentaria desembarcó en la isla, los índices de obesidad y diabetes se dispararon. Hoy, el 94% de los nauruanos tienen sobrepeso, el 60% obesidad, y, según la Federación Internacional de Diabetes, Nauru es el país del mundo con más afectados por ese orden metabólico con un tercio de su población. De hecho, si estos valores no son peores, será porque desde 2001 Australia desvía hacia Nauru parte de los inmigrantes ilegales famélicos interceptados provenientes de Indonesia y el sudeste asiático, los cuales, a cambio de una buena suma de dinero, mantienen en condiciones muy dudosas en un campo de internamiento. Pero volviendo ahora a la perspectiva nutritiva de la isla, no cabe duda de que el paraje es hoy apocalíptico. Cuando sus habitantes no mueren de un ataque al corazón viven castigados por todo tipo de desórdenes metabólicos. Es más, son tan gordos que ni siquiera pueden salir a pescar, oficio que requiere una buena condición física. Pero la historia de Nauru, si bien es la más radical, no es tan diferente a la del resto de islas del Pacífico, o de muchos pueblos de la Amazonia, el África tropical o las estepas asiáticas. El mundo se ha sumido en esta contradicción: mientras una mitad muere de hambre, la otra muere de obesidad. En Cataluña, la tendencia es incuestionable: estamos cada día más gordos y gordas. Y, si la esperanza de vida sigue subiendo, es gracias a la combinación de pastillas que nos mantienen como un pedazo de carne abandonado en la nevera, sin pudrirse por la cantidad de conservantes que lleva. Dicho esto, ¿y si no era Ítaca la isla que divisábamos en el horizonte?

Un grupo de inmigrantes indonesios en el campo de internamiento de Nauru / Foto: Britannica
Un grupo de inmigrantes indonesios en el campo de internamiento de Nauru / Foto: Britannica