Que los catalanes tenemos un affair con las setas es cierto, pero con el cerdo nos hemos casado y por mal que vayan las cosas nos resistimos al divorcio. Emigramos, nos alejamos, y lo seguimos soñando. Ya encontramos cerdos por el mundo, pero como el nuestro, no. Esperanzados, paseamos por los mercados, supermercados, gourmeterias, incluso llegamos a pensar que quizás en charcuterías mexicanas encontraremos un cerdo embutido a la catalana, por aquello de la herencia poscolombina. Nada de nada, seguimos soñando.

Los catalanes que vivimos lejos de casa, abrimos grupos de WhatsApp para compartir experiencias, fotos de los tions, felicitarnos la castañada, y a menudo para hacer vudú colectivo a todos aquellos que nos envían los votos al exterior (votos que a menudo llegan tarde, o se pierden, sobre todo cuando se trata de elecciones catalanas). Tarde o temprano siempre llega el comentario en lo referente al cerdo: "He encontrado un jamón serrano en el Costco, que mirad, no es aquello, pero..." Unos días más tarde: "Chicos, ¿habéis probado el salami del Trader Joe's? No es longaniza, pero..." Otros desesperados preguntan si alguien sabe cómo secar fuets en casa, y una servidora como nos hacemos las butifarras en casa, porque ya estamos saturados de las mild Italian con extra de semillas de hinojo... Y así vamos pasando, hasta que llegamos de vacaciones a Catalunya y lo primero que hacemos en el aeropuerto es pedir un bocadillo de jamón o fuet con el cortado de bienvenida.

Cargada de escepticismo, descubro el entorno gastronómico de mi nuevo pueblo, repaso las neveras de embutidos, sin gota de esperanza de encontrar nada que se parezca a un embutido catalán. A primera vista, veo cestas llenas de salamis Italian style aliñados estratégicamente para poder optar al flirteo con el paladar americano. En medio de aquel montón de carne sobresaturada de especias, descubro un tímido y escuálido fuet. Sí, lo he leído bien, dice Fuet. Solo hay un palmo, envasado al vacío, y para remachar el clavo vale catorce dólares; precio de una fiesta exprés para las papilas gustativas, sopeso, ¿y si fuera bueno? Me pongo las gafas, y nada, momento coitus interruptus otra vez. La letra pequeña, que acompaña a la seductora y bien pensada palabra Fuet especifica: "American-made Spanish Recipe Salami". Qué mente más maliciosa y retorcida la que escogió el apellido de este presunto fuet.

Secallones / Foto: Adobe Stock
Secallona / Foto: Adobe Stock

Hace poco, la familia Harris de Georgia y la familia Oriol de España han cerrado filas para capitalizar este deseo y brindar "la solución" a todos los huérfanos de cerdo, haciendo un guiño a la FDA. Los fundadores de la empresa Iberian Pastures decidieron transportar un rebaño de cerdos ibéricos desde el Sur de España a reproducirse en el estado de Georgia, al más estilo Hernando de Soto. De esta manera se hacía realidad la distribución de carne de cerdo ibérico en los EE. UU. y se satisfacía a todos aquellos sedientos del cerdo wagyu.

La idea de negocio de Campo Grande (comercializadora y distribuidora) tiene una misión clara, reflejada en su lema publicitario: "Te traemos la cultura española a la puerta". Poco después de la oleada mediática, empiezan a aparecer artículos y vídeos de americanos expertos en carnes que advierten de no caer en la tentación de comprar cerdo español: "Si aquí tenemos el famoso Berkshire, un cerdo de carne vetada a la altura del mejor ibérico, y encima, a mitad de precio". La empresa ibérica ofrece lotes cerrados de 2 kilos, con diferentes piezas de carne preseleccionadas a $170/unidad. Misión fallida, no está al alcance de la mayoría de bolsillos.

Hemos decidido marcharnos de Catalunya para emprender vidas en otras regiones y eso tiene consecuencias. Dejamos atrás la despensa catalana y tenemos que ser conscientes. Se acaba la desesperación y la añoranza gastronómica el día que aceptamos que cada paisaje tiene sus cerdos, cada tierra su huerta y cada pueblo su cultura, entonces nos enriqueceremos de culturas nuevas. Y siempre nos quedarán los cocidos y los fuets cuando volvamos a casa y seguro que allí serán mejores. La añoranza del cerdo, que sufrimos los catalanes esparcidos por el mundo, se paga cara. Algunos han sabido capitalizarla y lo han hecho sorprendentemente bien.