El 14 de noviembre de 1934 cayó en miércoles y en la página 9 del New York Evening Journal había una foto inmensa de Salvador Dalí al lado de su mujer, Gala, sentados los dos en un banco de madera del Central Park. Al lado de la foto, el titular era tan explícito como surrealista: "De las costillas de cordero al arte". Era la primera vez, por fin, que los bigotes más famosos paridos nunca en el Empordà ocupaban un espacio en la prensa americana, quizás porque días atrás Dalí había cautivado al público de Chicago durante la Feria Mundial de Artes celebrada en la ciudad.

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Recorte de prensa del New York Eevening Journal con la noticia de Salvador Dalí en Nueva York. (New York Public Library)

Su obra original y singular había hecho sombra a la de los cubistas e impresionistas, pero a los coleccionistas y críticos había un cuadro que les había llamado más la atención que La persistencia de la memoria, con aquellos relojes fundidos como si alguien los hubiera cocinado al baño María: al público le había llamado la atención Retrato de Gala con dos costillas de cordero en equilibrio sobre su hombro, por eso el diario hacía referencia al cordero en el titular.

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Retrato de Gala con dos chuletas de cordero en equilibrio sobre su hombro, de Salvador Dalí. (Fundación Gala Dalí)

El animal sagrado, tanto para el arte como para la gastronomía

No sabemos qué cenaron Dalí y Gala aquella noche en Nueva York, pero no sería sesgado afirmar que, en caso de haber existido, a Dalí le habría apetecido comer un paquito que acabara de confirmar su predilección personal por el cordero. Si a todos nos viene a la cabeza un bocadillo de ternera a la plancha cuando decimos pepito o un sandwich de jamón dulce y queso cuando decimos 'mixto' o 'bikini', quizás algún día relacionaremos sin ningún problema el nombre de paquito con el de un bocadillo de cordero, marinado y cocinado de la manera que sea, pero de cordero. Este es el objetivo que se propuso hace casi cuatro años Interovic, la agrupación estatal de profesionales del sector ovino y caprino: deshacer el mito de que la carne de cordero es cara, difícil de cocinar y reservada para días excepcionales, y devolverla a la calle. Es decir, a los bares, tabernas y restaurantes.

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El espectacular paquito del restaurante Mirch, obra del chef Ivan Surinder, con kebab de cordero, menta y curri. (@quadern_tactil)

El cuadro con las chuletas de cordero no fue la única obra que Dalí pintó en relación con este animal sagrado, ya que diez años más tarde en Proyecto de interpretación para un establo-biblioteca volvía a dar protagonismo al cordero, esta vez para dibujarlo como una especie de animal con capacidades divinas para conectarnos telefónicamente con el más allá y, al mismo tiempo, para almacenar todo aquello que vale la pena de la vida, incluidos los pecados. A pesar de tener la misma poca semejanza que un Vega Sicilia y un Don Simón, las obras de Dalí guardan una relación indirecta con el Políptico del cordero místico de Van Eyck, el San Juanito de Murillo o el Agnus Dei de Zurbarán, por poner tres ejemplos icónicos, ya que al fin y al cabo todos coinciden en representar artísticamente la figura bíblica del animal inocente, puro y sacrificado que es capaz de ser fiel a su pastor, incluso cuando este lo conduce a la muerte.

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Proyecto de interpretación para un establo-biblioteca, de Salvador Dalí (Fundación Gala Dalí)

El sabor de la nostalgia

Precisamente las connotaciones mitológicas del cordero lo han convertido en un animal tan sagrado que, históricamente, para varias culturas comer su carne es sinónimo de fiesta. En la actualidad, sin embargo, en esta sociedad nuestra en la cual creemos más en los likes de Instagram que en los salmos del Antiguo Testamento. Es de todos sabido que el cordero ya no representa aquello que representaba para algún ciudadano del siglo XIV, pero a pesar de no ser ya un animal tan sagrado como antes, sigue siendo un alimento sagradísimo, aunque sea de forma desacralizada: comer carne de cordero es cerrar los ojos y volver atrás, a instantes que siempre tienen un retrogusto de felicidad doméstica. Quizás por eso, para hacer más fácil y sencillo este momento pletórico, desde esta semana el paquito de cordero ha llegado a Barcelona estableciéndose en doscientos bares y restaurantes de la ciudad que pueden consultarse aquí, previa presentación en sociedad este miércoles en la Bodega Pasaje: seis paquitos de seis cocineros diferentes, todos ellos con una receta personal y de autor, mezclando el cordero con el curri, la berenjena o incluso el pez espada.

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Uno de los 'paquitos' más curiosos: el del restaurante Fishology, con cordero, salsa tandori de pez espada y trufa de mar. (@quadern_tactil)

Bocadillos diferentes, singulares y tremendamente inesperados, pero que condensan en el interior del pan la esencia de la nostalgia, ya sea de aquellos domingos del siglo pasado cuando disfrutábamos comiendo el cabrito rebozado de la abuela o de aquellas barbacoas en las cuales las chuletas de cordero han acompañado, acompañan y acompañarán mediodías de gloria al lado de los amigos. Estaremos de acuerdo, pues, que entrar en una carnicería y pedir carne de cordero es siempre el preámbulo que en algún momento, muy pronto, quizás al cabo de unas horas o dos días más tarde, viviremos un instante de aquellos que parece acercarnos a la felicidad, aunque sea momentáneamente. Aunque sea a la manera de Dalí, que dibujó costillas de cordero encima de la piel de Gala como un acto de amour fou, a medio camino entre el canibalismo soft y la pasión sincera que esconde el deseo de amar hasta el esqueleto, como escribió Joan Vinyoli.

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El paquito de crema de gremolata del restaurante Contracorrent. (buscandoapaquito.com)

En nuestro caso, por suerte, no hay que ponernos tan intensitos ni trascendentes en nuestra relación con el cordero: es tan fácil como ir a un bar y atreverse a comer aquel bocadillo que nadie pide. Quizás nos mirarán con una cara extraña y quizás nadie sabrá de qué hablamos si pedimos un paquito, de acuerdo, pero no pasa nada. Por algo se empieza. De hecho, también a Dalí lo miraban de forma extraña y lo trataban de flipado cuando llegó a Estados Unidos por primera vez con un cuadro protagonizado por un cordero tratado como nunca antes nadie lo había dibujado, pero hoy, en cambio, lo tenemos tan presente que incluso pensamos en él a la hora de describir un nuevo bocadillo, ya que de eso va la transgresión, supongo: de darse cuenta de que, a veces, no hay nada más innovador que darle un vuelco a aquello que hace miles de años que tenemos delante y entender que la vanguardia, tanto en el arte como en la gastronomía popular, a menudo no se basa en inventar nada nuevo, sino en reinventar lo de siempre.