Cuando llega el verano y las noches se alargan y los pueblos del Pirineu catalán encienden un fuego que no solo ilumina el cielo, sino también la memoria de una tradición ancestral. Son las falles, una fiesta del fuego que no solo tiene que ver con la verbena de Sant Joan. Aquí, el fuego no se tira, sino que se carga en la espalda y baja por la montaña en manos de los fallaires, en una procesión cargada de simbolismo, ritmo e identidad. Lejos de ser una celebración puntual, las falles se extienden más allá del 23 de junio y llenan todo el verano de luz y ritual. Cada pueblo conserva sus códigos, pero todos comparten la esencia: el homenaje a la naturaleza, la cohesión del grupo y el paso del fuego como elemento purificador. Esta es una de las tradiciones vivas más singulares del Pirineu, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, y que año tras año se transmite entre generaciones con una emoción que no se apaga.
Los orígenes de la tradición de la bajada de falles en el Pirineu son antiguos y se remontan a prácticas paganas y rituales de fuego vinculados al ciclo agrícola y a la renovación de la naturaleza. Antes de que el cristianismo instaurara la verbena de Sant Joan como celebración oficial, las comunidades montañesas ya practicaban rituales de purificación y protección con fuego durante el solsticio de verano, momento clave para el inicio de la temporada agrícola. El fuego, considerado un elemento sagrado y simbólico, se utilizaba para asustar a malos espíritus y garantizar la fertilidad de la tierra.
Un espectáculo visual impresionante
La tradición parte de la idea de subir a la montaña o a un lugar elevado para encender las falles, unas antorchas hechas de tronco y madera resinosa que se preparan con cuidado artesanal. Este momento previo, a menudo días antes, ya une a los vecinos que trabajan colectivamente para preparar el fuego madre o faro, pieza clave de la celebración. La esencia de este fuego simbólico es purificadora y renovadora: representa la luz que vence la oscuridad y el renacer de la naturaleza.
La noche de la bajada, habitualmente vinculada a la verbena de Sant Joan, pero que en muchos pueblos puede tener lugar días después o antes, los y las fallaires encienden sus antorchas en el faro y empiezan el descenso por caminos antiguos y a menudo abruptos, dibujando luces que iluminan la montaña y el bosque y que, vistos desde lejos, parecen una serpiente de fuego. Esta marcha de fuego es un acto colectivo que simboliza el paso de generación en generación, la conexión con la naturaleza y la comunidad, y a menudo un momento de iniciación y compromiso para los más jóvenes. La caída de las llamas crea un espectáculo visual impresionante.
Una vez en el pueblo, la bajada culmina con una gran hoguera en el centro del núcleo, donde la fiesta continúa con música tradicional, baile y comida popular. Este momento de alegría compartida pone de manifiesto la importancia del fuego no solo como elemento simbólico, sino también como motor social y cultural.
El reconocimiento de la UNESCO
Este patrimonio vivo se mantiene activo en más de sesenta poblaciones del Pirineu catalán y territorios vecinos como Andorra, la Catalunya Nord o Aragó, y en el 2015 fue reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La bajada de falles es así una ventana abierta a un pasado que vive en el presente, una manifestación que recuerda como el fuego y la montaña son elementos esenciales de la identidad y la memoria colectiva de los pueblos del Pirineu.
¿Dónde puedes ir a ver las falles en julio?
Algunas de las bajadas de falles, como las de Boí, Isil, Vilaller, la Pobla de Segur o el Pont de Suert, se hacen en junio, pero julio también es época:
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6 de julio: Barruera (Alta Ribagorça)
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8 de julio: Erill la Vall (Alta Ribagorça)
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12 de julio: Alós d'Isil (Pallars Sobirà)
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19 de julio: Taüll (Alta Ribagorça)
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21 de julio: Pla de la Ermita (Alta Ribagorça)
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27 de julio: – Llesp (Alta Ribagorça)