Burdeos es la perla de la Gascuña. Situada cerca de la desembocadura del Garona -el río que nace en el país de Arán-; es la capital histórica de Aquitania -el estado medieval de Leonor y de sus descendientes ingleses- y la ciudad más elegante de Gascuña -el viejo país de los mosqueteros-. Actualmente, Burdeos es una ciudad donde conviven la vieja tradición y la modernidad rampante. Y eso es lo que fuimos a “descubrir”. El Burdeos de la llamada época anglo-aquitana (siglos XII-XV); la de las mal llamadas Guerras de Religión (siglo XVI); la de la época dorada de los vinos y de los aguardientes (siglos XVII y XVIII); la de la Revolución Francesa (siglo XIX) y la de la convulsa contemporaneidad, con las dos grandes guerras mundiales (siglos XX y XXI).

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1. Bordeus. Quartier de Sant Pere. Cedida Santi Such
1. Bordeus. Quartier de Saint Pierre. Cedida Santi Such

Burdeos. Primera jornada de nuestra “aventura bordelesa”

Nuestra “aventura bordelesa” comenzó en el corazón de la ciudad; en el quartier des Capucins; que, en la Edad Media fue el arrabal extramuros de los pescadores fluviales. Allí teníamos el hotel (nuestro campo base) y el quartier des Capucins nos regaló una imagen nostálgica de aquella Burdeos que se ha perdido en la nebulosa del tiempo. En las iglesias de la Santa Cruz y de San Miguel -esta última con el campanario curiosamente separado del cuerpo principal del templo- y en las calles y plazas de su alrededor, se respiraba una atmósfera relajada y melancólica, de tiempo detenido; e idónea para los románticos que buscan estos refugios de paz para remover entre sus pensamientos.

2. Burdeos. El antiguo muelle fluvial y el Puente de Piedra. Cedida Santi Such
2. Burdeos. El antiguo muelle fluvial y el Puente de Piedra. Cedida Santi Such

La calle de los Faures nos condujo, directamente, al núcleo de la parte histórica. Los restos de la muralla que, en otra época, recluía la ciudad, aún luce la Puerta de la Campana que debe su nombre a la Grosse Cloche (la gran campana) situada encima del arco. La calle de Saint-James (herencia de la época anglo-aquitana) -que nace bajo la puerta campanera- es un hilo que une plazas y plazuelas, llenas de tabernas tradicionales, de deliciosas floristerías y de románticas librerías. Burdeos es como un París en pequeño, pero es más alegre y más desenvuelta, porque nuestros hermanos occitanos conservan el arte de vivir tan característico de las culturas mediterráneas.

3. Burdeos. La Puerta de Cailhau por el lado del río. Cedida Santi Such
3. Burdeos. La Puerta de Cailhau por el lado del río. Cedida Santi Such

De la calle Saint-James a la de Saint-George (la herencia anglo-aquitana, otra vez), para llegar al núcleo histórico de la ciudad: la Puerta de Cailhau -otra de las grandes puertas de la ciudad medieval-; el Quai Richelieu -el gran paseo sobre el arenal del río y antiguo muelle fluvial-; el Pont de Pierre; y la Plaza de la Bolsa. En este trayecto vespertino, Burdeos nos mostró su cara más conocida; pero no, por este motivo, la menos atractiva. Al atardecer, cuando la luz del sol desaparecía por la espalda de la ciudad y las farolas de luz amarillenta se encendían perezosamente; Burdeos nos regaló la imagen que forman las lujosas fachadas neoclásicas del arenal del río.

4. Bordeus. Gran Teatre. Cedida Santi Such
4. Burdeos. Gran Teatro. Cedida Santi Such

Burdeos. Segunda jornada de nuestra “aventura bordelesa”

La segunda jornada de nuestra “aventura bordelesa” empezó con un tiempo sombrío que intensificaba la atmósfera melancólica y romántica del quartier donde tenemos el hotel. Las calles vacías (era un sábado a primera hora) y mojadas (había llovido toda la noche y el cielo seguía encapotado) aventuraban una jornada desagradable. Pero los temores iniciales se desvanecieron rápidamente. Burdeos nos esperaba para mostrarnos dos de sus edificios más destacados. Con Elodie, nuestra guía local y gran conocedora de la ciudad y de su patrimonio histórico, cogimos el moderno tranvía en la Plaza de la Ópera y nos sumergimos en la cotidianidad de Burdeos. En aquella hora y en aquel lugar, la ciudad ya se había despertado y nos esperaban la Cité du Vin y las Bassins des Lumières.

5. Burdeos. Citè du Vin. Cedida Josep Vilardaga Meseguer
5. Burdeos. Cité du Vin. Cedida Josep Vilardaga Meseguer

La Cité du Vin es un gran edificio de cristal, de ocho plantas de altura y en forma de decantador, que recupera toda la sabiduría de la tradición vitivinícola bordelesa -un corpus que arranca en la época medieval (Gascuña fue, durante siglos, el único proveedor de vinos de las islas británicas)-; y lo proyecta en la actualidad a través de la expresión contemporánea de la arquitectura. En la Cité du Vin nos sumergimos en esta cultura, a través de sus recursos interactivos. Finalmente, en la planta más alta del edificio, nos esperaba una extraordinaria vista de la ciudad y del río; una enriquecedora cata de vinos bordeleses y una fantástica inmersión en la rica gastronomía gascona.

6. Burdeos. Bassins des Lumières (antigua base de submarinos alemanes). Cedida Esteve Argemí
6. Burdeos. Bassins des Lumières (antigua base de submarinos alemanes). Cedida Esteve Argemí

Saliendo de la Cité du Vin, y con el mismo tranvía, nos desplazamos hasta las Bassins des Lumières; la antigua base de submarinos alemanes de la II Guerra Mundial, que, en la actualidad es un centro de arte. Los gruesos carros de varada, paredes y techos de hormigón -construidos, especialmente, para resistir los bombardeos enemigos-, son hoy las pantallas sobre las cuales se proyectan imágenes en movimiento que interactúan con el visitante. Un maravilloso juego de imágenes, luces y colores, que nos sumergió -y nunca mejor dicho- en la historia fantástica de los faraones egipcios -la temática expositiva de aquel momento-; que se movían sobre aquellas grandes pantallas de hormigón desnudo.

7. Bordeus. La Catedral. Cedida Santi Such
7. Burdeos. La Catedral. Cedida Santi Such

Sent Milion/Saint-Émilion, la tercera jornada de nuestra aventura bordelesa

La cuarta jornada de nuestra “aventura bordelesa” la dedicamos a “descubrir” Sent Milion -en gascón- (Saint-Émilion, en francés), el pueblo rupestre donde todo -desde el templo parroquial hasta las bodegas- está bajo tierra, literalmente excavado en la roca. Para ir hasta Sent Milion (60 kilómetros) nos desplazamos hasta la estación central -la de San Juan, cerca de nuestro campo base- y subimos a un tren de media distancia que hacía el recorrido Burdeos-Sarlat (en el Perigord). Limpio, cómodo y puntual. En las antípodas de los malditos trenes españoles de Renfe. Después de una hora de plácido trayecto, por una vía trazada a través de inacabables campos de viñedos, llegamos a la “ciudad rupestre”.

8. Sent Milion. Calle del pueblo. Cedida Josep Vilardaga Meseguer
8. Sent Milion. Calle del pueblo. Cedida Josep Vilardaga Meseguer

Nos explicaron que la tradición hacía venir a Saint-Émilion de un evangelizador bretón de la alta edad media. Pero la realidad decía que la villa había sido, durante siglos, la residencia de verano de los poderosísimos arzobispos de Burdeos. Cuando "descubrimos" la iglesia rupestre, totalmente excavada en la roca soberana de Saint-Émilion; el restaurante donde comimos, parcialmente excavado bajo la pendiente de una gran roca; o la bodega donde hicimos una cata de vinos, situada en una de las antiguas bocas que conectaban el palacio episcopal y una inquietante red de galerías subterráneas; entendimos por qué la mitra bordelesa se había fijado y había promovido Saint-Émilion.

9. Sent Milion. Interior de la iglesia rupestre. Cedida Josep Vilardaga Meseguer
9. Sent Milion. Interior de la iglesia rupestre. Cedida Josep Vilardaga Meseguer

Saint-Émilion es, fundamentalmente, vino; y, también, gastronomía. Si en Burdeos habíamos tenido ocasión de conocer los platos más celebrados de la gastronomía gascona (el atún marinado con costra de sésamo y semillas de amapola; el filete de pescado salvaje con col lombarda frita y puerros a la plancha; o la crema de castañas con compota de grosella negra); en Saint-Émilion completamos nuestra particular “ruta gastronómica gascona” con los espaguetis de calabaza, la crema de setas, la Noissete de ternera y la miel de Callune. Tras esta incursión gastronómica “descubrimos” una parte de la red de galerías subterráneas e hicimos una cata de vinos locales.

10. Sent Milion. Celler rupestre. Cedida Josep Vilardaga Meseguer
10. Sent Milion. Bodega rupestre. Cedida Josep Vilardaga Meseguer

La Garona, la cuarta jornada de nuestra aventura bordelesa

La jornada de Saint-Émilion concluyó con el regreso en tren a Burdeos. Era domingo y la ciudad ya se había recogido hacia casa. La noche anterior, sábado, habíamos cenado en un bistró de la plaza de San Pedro, especializado en tablas de quesos, embutidos y patés. Pero el domingo por la noche aquellas calles ambientadas y aquellas tabernas llenas a rebosar permanecían cerradas; esperando la maduración de la semana entrante. Cenamos en un clásico de la plaza de San Miguel, cerca del hotel. Al día siguiente nos esperaba la Garona, el gran hilo de agua y de vida que nace en el país de Arán y que, desde tiempos inmemoriales, conecta Burdeos con el mar y con el mundo.

11. Sent Milio. Torre del Rei. Font Marc Pons
11. Sent Milion. Torre del Rei. Font Marc Pons

Al día siguiente, cuarta y última jornada de nuestra aventura bordelesa, nos desplazamos hasta el antiguo muelle Richelieu. Nos esperaba un barco para realizar una navegación por la Garona hasta las primeras riberas del Médoc, la otra gran comarca vitivinícola bordelesa. Aquella navegación nos explicó -sin palabras- la extraordinaria importancia del río Garona en la historia de Burdeos y de la Gascuña. Y su maridaje con la viña y con el vino. Burdeos, la perla de la Gascuña, fue una experiencia extraordinaria de "descubrimiento" de un rincón de Europa que es una de las cunas de Catalunya y que nos conecta con una historia y una cultura comunes.

12. Burdeos. Navegación por la Garona. Fuente Marc Pons
12. Burdeos. Navegación por la Garona. Fuente Marc Pons

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