Ha hecho falta un porrazo volcánico en las elecciones municipales (así como el fantasma de un abstencionismo creciente de cara al 23-J, que penalizaría especialmente al sector republicano) para que Gabriel Rufián se dirija a los conciudadanos utilizando el catalán. Hasta esta campaña, la tribu sabía a ciencia cierta que el líder de Esquerra era como José María Aznar: hablaba nuestra lengua en la intimidad y con su progenie, pero a Oriol Junqueras ya le iba bien pasear por Madrit a un político charnego de Santaco que se dirigiera a los españoles en su idioma, utilizando los trucos retóricos de la Meseta. Fue así como Rufián se curró un nombre dentro de la política española, cuando el independentismo era un movimiento ansioso de acumular cuotas y la partitocracia catalana creía que, lejos de plantar cara al Estado, nos teníamos que hacer los tolerantes, inclusivos y multichupiflunders a ojos de Europa y del universo entero.

Contrariamente a fortificar el instante clave de la DUI y decantar el país por el lado de la libertad, el independentismo decidió que antes era necesario explicar al mundo nuestra bondad. Rufián aprovechó esta cultura moral del all in para crearse una isla particular en Madrid. Mientras distraía a todo dios recitando discursos bien trabados en el Congreso, a base de urdir una colección de tuits ingeniosos y montando un pollo performativo de vez en cuando, el candidato de ERC se acercaba sigilosamente a las estructuras profundas del Estado a través de sus amigos del PSOE y Podemos. Sin tener que alquilar una suite permanente en el Palace ni cobrar comisiones de empresarios, Gabriel cumplió muy bien el trabajo. Junqueras sabía que Puigdemont no haría la independencia y Rufián era el personaje ideal para urdir puentes en los rincones de las cloacas, por mucho discurso antisistema que impostara en Twitter.

Ahora que la vía pactista de Esquerra se ha demostrado infructuosa de cara a la soberanía del país, el candidato de Esquerra se ha pasado al catalán y no para de recordarnos que se presenta a las elecciones para defender el país, como si fuera una reencarnación proletaria de Miquel Roca

Ahora que la vía pactista de Esquerra con el PSOE se ha demostrado infructuosa de cara a la soberanía del país (y también que, gracias a una servidora y pocos más, los electores tienen la decencia de auditar las promesas de sus líderes), Rufián se ha vuelto un político que vive en permanente fuera de juego. Por eso el candidato de Esquerra se ha pasado al catalán y no para de recordarnos que se presenta a las elecciones para defender el país, como si fuera una reencarnación proletaria de Miquel Roca. Consciente de la hostia que puede llevarse Esquerra el 23-J, el candidato ha resucitado el discurso victimista, recordándonos que su papel es mucho más difícil de lo que parece, pues pasea por los alrededores del Congreso disfrazado con una gorra y una mascarilla porque lo han intentado agredir cuatro veces. También que, por mucha pasta que haya hecho en política, todavía vive en un pisito minúsculo de un barrio pobre de Badalona.

Consciente de este papel desdibujado, Junqueras ya intentó rebajar las expectativas de Rufián a base de empujarlo a una lucha imposible por la alcaldía de Santa Coloma. Pero Gabriel ha sobrevivido muy bien a la humillación de su capataz y, previsiblemente, seguirá comandando a los republicanos en Madrit por muchos diputados que pierda. De hecho, en Esquerra saben que el resultado es lo de menos mientras el partido tenga bastante peso en el Congreso como para hacer ver que negocia mesas de diálogo con Pedro Sánchez. En caso de victoria socialista, los republicanos serán los socios más fieles del presidente (con él comparten la lucha contra aquello que han conseguido bautizar como el nuevo fascismo ibérico) y Rufián podrá mantener su papel de mediador mientras Pere Aragonès no se vea obligado a convocar elecciones al Parlament. Los políticos catalanes, por desgracia, solo pueden aspirar a comprar tiempo.

A mí me resulta muy enternecedor contemplar como Gabriel va adaptándose a la agonía del autonomismo español posterior al 1-O y me complace especialmente verlo dando mítines sobre aquel catalanismo de antes, de picar piedra para alcanzar más competencias, al lado del pobre Francesc-Marc Álvaro. ¡Porque mira si nos habíamos llegado a reír de tu número tres, Gabriel! Cómo cambian los tiempos, chico. Si esto del pactismo continúa igual, y acabas saliendo airoso de todo, dentro de unos meses incluso nos regalarás el placer de oírte utilizar correctamente los pronombres débiles. Nos habrá salido un tanto caro, pero todo sea por la Catalunya entera.