Tal día como hoy del año 1213, hace 810 años, en Roma (entonces capital de los Estados Pontificios); moría María de Montpellier, esposa del conde-rey Pedro I (que moriría poco después, en la Batalla de Muret, el 13 de septiembre del mismo año); y madre del conde-rey Jaime I; que reinaría durante sesenta y tres años (1213-1276) y que sería el monarca más longevo de la historia de la corona catalano-aragonesa.

María de Montpellier murió inesperada y prematuramente a la edad de 31 años, mientras estaba en Roma para pedir al pontífice que intercediera para evitar que su marido, Pedro I, usurpara su patrimonio, la señoría independiente de Montpellier. Enfermó repentinamente, otorgó testamento a favor de su único hijo Jaime, y al morir fue enterrada en la antigua basílica de San Pedro de Roma.

La vida de María había sido bastante desventurada. Nacida en Montpellier en 1182, fue la hija única del matrimonio formado por Guillermo VIII de Montpellier y Eudòxia Comnè (sobrina del emperador bizantino Manuel I). Fue casada y alejada de la casa familiar con tan solo once años (1193) con el propósito del padre y del amante del padre de dejar el paso libre para que heredara su hermanastro ilegítimo.

Su primer marido, el conde Bernat IV de Commenge, la repudió (1201); y para asegurar el patrimonio heredado (su padre moriría en 1203) se casó con Pedro I de Barcelona y II de Aragón (1204). Aquel matrimonio no funcionó y, María para conseguir engendrar un hijo y heredero que garantizara la transmisión de su patrimonio se metió en la cama del amante de su marido y copuló con el rey a oscuras.

Sin embargo, nunca vio asegurado su objetivo. María se había casado con Pedro para echar a su exmarido, su hermanastro y los barones territoriales vecinos que salían con ella con un propósito puramente económico. Pero el rey catalán no demostró ser mejor que todo aquello de lo que huía María. Pedro se quiso divorciar de María para casarse con la heredera del reino de Jerusalén, y se quiso quedar con la custodia del pequeño Jaime.

Pedro I de Barcelona y II de Aragón no vería cumplido su objetivo. Ni tampoco María de Montpellier. Pero en cambio su único hijo Jaime, que había quedado huérfano con tan solo cinco años (1213), sería educado por los caballeros templarios —que de esta forma salvaron la Corona catalano-aragonesa de su desaparición; y conseguiría reunir el patrimonio del padre; Pedro; y el de la madre, María.