Tal día como hoy del año 1798, hace 227 años, en Duchov (entonces reino de Bohemia y actualmente República Checa), moría Giacomo Casanova, quien durante buena parte de su vida había trabajado como espía al servicio de varias cancillerías de Europa. Casanova había nacido en 1725 en Venecia y, según sus biógrafos, era hijo ilegítimo del poderoso empresario teatral y político veneciano Michele Grimani y de la actriz cómica veneciana Maria Giovanna Farussi, más conocida con los nombres artísticos de Zanetta Farussi y de La Buranella (la de Burano, una de las islas de Venecia).
Los mismos biógrafos explican que al quedar embarazada Zanetta (solo tenía 17 años), el empresario Grimani le amañó el matrimonio con el reconocido actor Gaetano Casanova (un veneciano de origen catalán o aragonés que le doblaba en edad). A cambio, les procuró un importante y beneficioso contrato para actuar en los principales teatros de Londres durante una temporada. Allí nació Francesco, de quien se dijo que era hijo biológico del heredero al trono británico. Poco después, regresarían a Venecia y Giacomo recibiría una esmeradísima educación, pagada por su padre biológico.
La esmerada educación recibida y su inteligencia natural le permitirían entrar al servicio de varias cancillerías. Como espía, trabajó al servicio de Venecia, Francia, Gran Bretaña, Austria-Hungría y algunos biógrafos apuntan a que habría colaborado con los independentistas estadounidenses. Como espía, protagonizó un gran escándalo en Barcelona. En diciembre de 1767, Casanova viajó a la capital catalana para entrevistarse con su colaboradora, la también veneciana Teresa Bergonzi, oficialmente la segunda bailarina del Teatre de la Santa Creu.
El escándalo saltó cuando el aragonés Ambrosio de Funes —conde de Ricla, cuñado del primer ministro Aranda y capitán general de Catalunya, con un amplio historial personal de corrupción— se enteró de que su amante clandestina, Teresa Bergonzi, era una colaboradora de Casanova, por aquel entonces al servicio de Francia. Ricla enloqueció de rabia y con el propósito de desactivar y arruinar al espía lo pregonó a los cuatro vientos, aunque, de esta forma, también se delataba sí mismo.
El escándalo fue tan grande que obligó a Josep Climent, obispo de Barcelona, a pedir al gobierno de Madrid el relevo de Ricla. No obstante, el primer ministro Aranda lo mantuvo en el cargo unas semanas, tiempo durante el cual puso toda la maquinaria policial española a la caza de Casanova. Poco después, la Bergonzi sería desterrada y confinada en València, Ricla sería rescatado por su cuñado y nombrado ministro en Madrid y Casanova sufriría un intento de asesinato en Aix-en-Provence, muy probablemente, a manos de los secuaces del antiguo capitán general.