Tal día como hoy del año 1558, hace 467 años, en el monasterio de Yuste (Extremadura, Corona castellanoleonesa), moría Carlos d'Habsburgo, nieto y sucesor de los Reyes Católicos, que había gobernado como Carlos I de Catalunya-Aragón, I de Castilla y León, V de Navarra y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1519-1558). Carlos reunió un inmenso patrimonio procedente de la herencia paterna (Austria, Bohemia Borgoña, Países Bajos) y materna (Catalunya-Aragón y las posesiones italianas, Castilla y León, Navarra y las posesiones hispánicas en el continente americano), y se convirtió en el monarca más poderoso del mundo. El liderazgo mundial de la monarquía hispánica se iniciaría con el reinado de Carlos (1519) y se proyectaría en el tiempo hasta la Paz de los Pirineos (1659), que cedería el relevo a Francia.

El inicio del reinado de Carlos estuvo marcado por los conflictos: revoluciones de las Germanías valencianas (1519-1522), de los comuneros castellanos (1520-1521) y de las Germanías mallorquinas (1521-1523), que habían sido brutalmente aplastadas por el poder real. Y su muerte también estuvo marcada por una serie de conflictos que ponían de relieve la debilidad del edificio político que había construido y la dependencia extrema de la extracción de metales americanos para su conservación. Su hermano pequeño, Fernando —que había sido criado y educado por Fernando el Católico—, separó los estados Habsburgo centroeuropeos y el cetro imperial, no sin una fuerte oposición hispánica, y se proclamó soberano de aquel lote.

También las Provincias Unidas (los Países Bajos neerlandeses) iniciaron el camino de la independencia. Y los principados protestantes del Sacro Imperio (centro y norte del conglomerado romano-germánico) se rebelaron contra el poder central, expulsaron a las jerarquías católicas y consiguieron el reconocimiento a la libertad de culto. Los monarcas hispánicos de la casa Habsburgo descendientes de Carlos (Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II) nunca consiguieron recuperar la influencia sobre los príncipes electores del Sacro Imperio y nunca serían emperadores. Y, en cambio, los descendientes de su hermano Fernando lo serían hasta la disolución del Imperio (1806) y hasta la desaparición del Imperio austro-húngaro (1918).