Tal día como hoy del año 1810, hace 214 años, en las mazmorras del castillo de Sant Ferran, en Figueres, moría Mariano Bermúdez Álvarez de Castro y López Aparición, general del ejército español y prisionero del ejército francés, que había dirigido la defensa militar de la ciudad de Girona durante el tercer asedio del Primer Imperio Napoleónico (6 de mayo – 12 de diciembre). El ejército francés, dirigido por el general Saint-Cyr y dotado de 35.000 efectivos y varios trenes de artillería, rodeó Girona, que para hacer frente a ese operativo disponía, tan solo, de unos 2.000 soldados profesionales y unos 3.000 paisanos —voluntarios y forzados— armados y encuadrados en la "Cruzada Gerundense".

No obstante, Álvarez de Castro, embriagado por un delirio de gloria, ordenó cerrar la plaza y resistir hasta las últimas consecuencias. El propio Álvarez de Castro, nombrado jefe militar de la plaza por la clandestina Junta Superior de Cataluña, publicó un bando descartando toda posible capitulación y advirtiendo de que cualquier intento de negociación con el ejército francés sería castigado con la pena de muerte. La historiografía moderna sostiene que, con esa alocada maniobra, Álvarez de Castro pretendía limpiar su honor personal, manchado tras la humillante rendición del castillo de Montjuïc de Girona, pocas semanas antes.

Casi dos años antes (Bayona, mayo de 1808), los reyes Carlos IV y Fernando VII se habían vendido la corona española a Napoleón I, emperador de los franceses, que, acto seguido, había cedido el trono de Madrid a su hermano José, que reinaría como José I de España (1808-1814). Sin embargo, Napoleón, propietario legítimo de la corona española desde Bayona (1808), había separado a Catalunya del lote español y la había incorporado a Francia como una región más. Por lo tanto, la resistencia de Álvarez de Castro estaba enmarcada en el movimiento insurgente antibonapartista, que se había rebelado contra el statu quo resultante del acuerdo de Bayona.

Siete meses después del inicio del asedio, Álvarez de Castro cayó enfermo y cedió la dirección al brigadier Bolívar, que dos días más tarde (12 de diciembre de 1809), con la ciudad totalmente masacrada, capitulaba la rendición. Esa resistencia —absurda, irresponsable y agónica— costaría la vida a 9.800 personas (3.700 militares y civiles militarizados y más de 6.000 vecinos de la ciudad). Girona, que antes del asedio y con 14.000 habitantes era la tercera ciudad del Principat —solo superada por Barcelona (120.000) y Reus (30.000)—, perdería un 40% de su población y de su aparato productivo y entraría en una crisis que tardaría décadas en superar.