Tal día como hoy del año 2001, hace 16 años, en el transcurso de la celebración y entrega del Premio de Literatura Castellana Miguel de Cervantes –en Alcalá de Henares-, el rey Juan Carlos I de España pronunció un discurso que provocó una fuerte oleada de indignación en el mundo político, social y cultural de los Països Catalans. El rey de España en un momento del discurso –en el sexto párrafo– afirmó: "Nunca fue la nuestra, lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano: fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suya, por voluntad libérrima, la lengua de Cervantes".

Con una frase negaba la historia –de casi cinco siglos– de continuas prohibiciones y persecuciones de la lengua y la cultura catalanas; perpetradas –básicamente– por antepasados directos suyos: Felipe V –el primer Borbón hispánico y su abuelo séptimo–, impulsor del Decreto de Nueva Planta que destruía el sistema foral catalán; Carlos III –su abuelo sexto–, impulsor de la prohibición de celebrar juicios en catalán y de tener libros de contabilidad en catalán; Fernando VII –su abuelo cuarto–, impulsor de la reactivación de la ley (redactada por Carlos III) que prohibía la enseñanza en catalán; y Alfonso XIII –su abuelo primero–, colaborador de la dictadura de Primo de Rivera que fundió la Mancomunitat y desató una persecución brutal contra cualquier expresión de catalanidad.

Los gobiernos catalán y vasco exigieron una rectificación. Pero la Casa del Rey se negó, alegando que no tenía la costumbre de rectificar. Todavía no había estallado el escándalo de las cacerías de elefantes que, en cambio, obligó al rey español a implorar el perdón y a prometer que "no volverá a pasar". El año 2001, en el Estado español, gobernaba el Partido Popular, por primera vez, con mayoría absoluta. Tanto el Partido Popular como el Partido Socialista Obrero Español hicieron una sentida defensa del discurso del Rey. José María Aznar, presidente del gobierno español, dijo que "la sensibilidad nacionalista denota flojera". Y las voces catalanas, valencianas y mallorquinas de estos partidos –salvando honrosas excepciones– quedaron silenciadas por la obediencia al dictado de Madrid.