Tal día como hoy del año 1423, hace 598 años, en València, nacía Ferrante de Trastámara y Carlino, hijo natural del conde-rey Alfonso IV de Barcelona y V de Aragón ―segundo Trastámara al trono de Barcelona y denominado el Magnánimo― y de la cortesana siciliana Giraldona Carlino. En el momento en que nació Ferrante, su padre Alfonso ya hacía siete años que ocupaba el trono, y ocho que estaba casado con su prima segunda María de Castilla, pero no tenían descendencia. De hecho, Alfonso y María convinieron vivir separados buena parte de su vida y no tuvieron descendencia.

Ferrante, que al fin y al cabo era el primogénito de Alfonso, sería beneficiario de la partición de los estados catalanoaragoneses en el testamento de su padre. Aunque en la corte de Barcelona no había una tradición de legitimar a hijos nacidos fuera de los matrimonios reales, Alfonso testó el reino de Nápoles a favor de su primogénito natural Ferrante, que el año 1458 sería coronado Ferrante I de Nápoles. El resto de los estados del edificio político catalanoaragonés (el Principado de Catalunya, y los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca, Cerdeña y Sicilia) quedaban para Juan II, hermano pequeño de Alfonso.

Ferrante fue el primer rey de Nápoles del casal de Barcelona. No obstante, durante su gobierno (1458-1494) desplegó una intensa política matrimonial, con sus hijos como protagonistas, para evitar que su tío Juan II y su primo Fernando (más adelante llamado el Católico) le usurparan el reino. En esta estrategia de enlaces consiguió unir fuerzas con la poderosa familia romana de los Delle Rovere, rivales y enemigos de los Borja valencianos (aliados de Fernando el Católico) por el control del sitial de San Pedro y con las poderosas familias noritalianas de los Este y de los Sforza.

En aquel contexto ―de progresiva consolidación del poder independiente napolitano― Fernando el Católico le impuso un segundo matrimonio con su hermana pequeña Juana de Trastámara y de Enríquez (1476). Durante la existencia de la rama napolitana del Casal de Barcelona (1458-1501), Nápoles fue el punto de destino del exilio catalán de la Guerra Civil (1462-1472), formado por las oligarquías nobiliarias que se habían enfrentado con el poder real. También fue el puerto de acogida de muchos comerciantes catalanes que huían del Principado a causa de la inestabilidad política y económica.