Tal día como hoy del año 1644, hace 378 años, y en el contexto de la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59), el rey hispánico Felipe IV ordenaba la creación de la primera prisión exclusivamente femenina de la monarquía hispánica. Esta prisión, que se situaría en las Torres de Quart, recibiría el nombre popular de Galera y alojaría a la población reclusa femenina que hasta entonces cumplía condena, junto con los hombres, en la prisión de Sant Narcís, en la esquina de las calles del Salvador y del Almudí. Según las fuentes documentales de la época, en el momento en que se decretó la creación de aquella galera, València ―que era la ciudad más poblada de la Península― estaba inmersa en un escenario de crisis que había disparado la delincuencia y la criminalidad.
La Galera de València se concibió siguiendo los preceptos de la vizcaína Beatriz de Zamudio, inspirados en los modelos penitenciarios de las sociedades de confesión reformista luterana de Alemania y de los Países Bajos. Zamudio, un personaje muy bien relacionado en la corte de Madrid, había escrito un tratado que glosaba los beneficios de la reinserción social basada en el trabajo y la oración. La propuesta de Zamudio tomaba el modelo de las casas de recogimiento para mujeres honradas y lo hacía extensible a la totalidad de la población reclusa femenina. València, que rozaba los 100.000 habitantes y tenía una de las concentraciones de población reclusa más altas de la monarquía hispánica, se convertía en la experiencia pionera de las prisiones exclusivamente femeninas.
Pero los resultados fueron decepcionantes. A la población reclusa habitual, formada por prostitutas, trotamundos, ladronas, asesinas, estafadoras, brujas, hechiceras, lesbianas y librepensadoras difíciles de reinsertar en aquella sociedad asfixiante, se sumaron las víctimas de la violencia doméstica que escapaban para salvar la vida. València, dominada por una oligarquía involucionista que había derrotado militarmente a las clases mercantiles y populares en la Revolución de las Germanías, asistía a una creciente presencia de la Inquisición. Y en este contexto, las mujeres que habían huido de casa, una vez detenidas, eran recluidas en la Galera. Y cuando eran excarceladas, el sistema no consideraba otra posibilidad que entregarlas de nuevo al marido, de manera tal que quedaban sometidas a un bucle perverso en que las condenaba a perpetuidad.