Tal día como hoy del año 1897, hace 123 años, en Arrasate-Mondragón (País Vasco), el periodista y anarquista italiano Michelle Angiolillo asesinaba el presidente del Gobierno Antonio Cànovas del Castillo. Aquel hecho se produjo en el balneario de Santa Àgueda, y, según las fuentes documentales, cuando Angiolillo fue detenido declaró que lo había tiroteado en respuesta a las torturas y fusilamientos de los líderes anarquistas de Barcelona a manos del ejército español después del atentado contra la procesión de Corpus en la calle de los Canvis Nous, en el barrio barcelonés del Born.

Un año antes (07/06/1896), un desconocido -que la investigación historiográfica identifica como François Girault-, desde la azotea de una fonda situada en la intersección de las calles Canvis Nous y Arenes dels Canvis, había tirado una bomba de metralla Orisini de fabricación casera contra la procesión de Corpus y la comitiva que contemplaba su paso, que causó 12 muertes y 70 heridos. La prensa de la época (La Vanguardia, edición del 08/06/1896) destacaba que algunas de las víctimas mortales eran niñas vestidas con el traje de la primera comunión.

Acto seguido, las autoridades gubernativas españolas en Barcelona, señalaron el movimiento anarquista como responsable del atentado, y desplegaron una caza que se traduciría con la detención y tortura de ochenta y siete personas. La Guardia Civil obtendría la confesión del italiano Tomás Ascheri Fossati, un tenebroso personaje que la prensa de la época había acusado de ser un topo del gobernador Hinojosa, infiltrado en los movimientos libertarios. Rápidamente se desató la sospecha de que el atentado contra la procesión de Corpus había sido un ataque de falsa bandera.

La represión contra la pretendida autoría de aquel atentado se saldaría con docenas de denuncias por tortura (al rosellonés Josep Thiolouse, que no sabía hablar castellano, lo azotaron "hasta que hubo aprendido el castellano"); y con un consejo de guerra y el fusilamiento de seis líderes anarquistas: Antoni Nogués, Josep Molas, Jaume Vilella, Lluís Mas, Sebastià Sunyer y Joan Alsina; de los sindicatos gremiales de Gràcia y de Sants. En cambio, Girault escapó a París, y, sospechosamente, alguien le facilitó la huida en Buenos Aires donde se le perdería la pista para siempre.