Tal día como hoy del año 1881, hace 139 años, el médico cubano de origen catalán Carlos Finlay Barrés hacía público que había descubierto que la fiebre amarilla se transmitía por la picadura de la hembra fecundada del mosquito Aedes aegypti. La fiebre amarilla era una enfermedad endémica, propia de las zonas cálidas y húmedas del planeta, que causaba estragos cuando, a través del comercio naval o de las guerras coloniales, se extendía por las regiones templadas de Europa y América.

Carlos Finlay Barrés era hijo de un latifundista norteamericano de origen irlandés establecido en el centro de la isla de Cuba, y de una de las hijas de la familia Barrés, comerciantes de Reus, establecida en La Habana. Se tituló en Medicina en Rouen (Normandía-Francia). Poco antes de su trabajo de investigación se habían producido epidemias devastadoras de fiebre amarilla en la costa este de los Estados Unidos (1793), en Andalucía (1800), en Catalunya (1821) y en el centro de Inglaterra (1855).

No obstante, las autoridades coloniales españolas de Cuba no dieron ninguna importancia ni al descubrimiento ni a las medidas profilácticas que proponía Finlay Barrés. Tampoco en los Estados Unidos se hizo demasiada difusión; a excepción del médico ―también de origen catalán― Rudolph Matas (hijo de unos comerciantes de Sitges establecidos en la Louisiana) que, un tiempo más tarde, lo publicaría en una revista médica que se editaba en Nueva Orleans.

Durante la guerra de la independencia de Cuba (1898), el cirujano general del ejército norteamericano ―también de origen catalán― el comandante William C. Gorgas (nieto de unos comerciantes de Girona establecidos en Nueva Orleans) recurriría al artículo médico de Matas y administraría el suero de Finley Barrés a sus tropas desplazadas a la isla de Cuba; evitando, de esta forma, una auténtica mortandad. Aquella medida contribuiría poderosamente a decidir el resultado del conflicto.