Tal día como hoy, hace 117 años, se inició la protesta del Cierre de Cajas. Fue la reacción de los comerciantes y de los industriales de Barcelona al incremento desmesurado de impuestos que había fijado el Gobierno español. Y a la obligación de convertirse en auto-recaudadores de la tributación que generaban. Los empresarios barceloneses decidieron darse de baja del censo de actividades profesionales, y cerrar las persianas de los negocios. La rebelión fiscal se explicaba por la aplicación de los tipos impositivos en Barcelona muy superiores a los que se aplicaban a Madrid. El clima de descontento, sin embargo, tenía muchos aspectos.

El año anterior el imperio español había perdido las últimas colonias de ultramar -Cuba, Filipinas y Puerto Rico-. El patrioterismo harapiento que habían exhibido los gobiernos españoles era duramente criticado en Catalunya. La burguesía -que sufría la destrucción de la empresa colonial- no les perdonaba haber prescindido de la negociación. Y las clases populares -las que habían soportado las sangrantes levas forzosas- no les perdonaban el coste de vidas humanas perfectamente evitable. En las Españas, en cambio, la oligarquía y la intelectualidad -las clases extractivas que ejercían el poder- estaban sumidas en una profunda depresión post-imperial. La Generación literaria del 98 lo explica.

Las políticas erráticas de los gobiernos conservadores españoles para compensar la pérdida colonial -reducción drástica del gasto e incremento desbocado de la tributación- remacharon el clavo del malestar. El Ayuntamiento de Barcelona -con el alcalde Robert al frente- dio apoyo a la rebelión. Días más tarde, se imponía el atávico autoritarismo hispánico. El de la testosterona. Los líderes de la rebelión eran encarcelados y sus bienes confiscados. La solución política a la crisis se cerró con un "catalán, paga y calla". Y con las dimisiones forzadas del alcalde Robert, y las de los ministros españoles Duran y Polavieja, partidarios de una solución pactada a la rebelión fiscal catalana.