Tal día como hoy del año 1634, hace 387 años, en Barcelona, era ejecutado el bandolero Joan Sala i Ferrer, conocido popularmente como Serrallonga. Sala había sido traicionado y delatado por uno de sus colaboradores y capturado por los soldados del virrey hispánico el 31 de octubre anterior en una masía cerca de Santa Coloma de Farners. Fue trasladado a Barcelona, recluido en las mazmorras de la prisión real (en la plaza del Rei) y brutalmente torturado. Según las fuentes documentales, cuando fue ejecutado, Serrallonga sólo era una triste sombra de lo que había sido: uno de los principales líderes del bandolerismo catalán.

Serrallonga sería también uno de los iconos del bandolerismo catalán del barroco, que durante décadas enfrentó los nyerros (el partido señorial) con los cadells (el partido gremial). El bandolerismo catalán sería un fenómeno social, político y económico de gran alcance, que adquirió la naturaleza y la magnitud de una guerra civil soterrada; con importantes ramificaciones que conducían directamente al poder. Por ejemplo, al principio del siglo XVII, los líderes políticos del bandolerismo catalán eran el arzobispo de Tarragona Joan Terés (por el partido nyerro) y el obispo de Vic Francesc Robuster (por el partido cadell).

La lucha contra el bandolerismo fue uno de los pretextos que esgrimió la administración hispánica para introducir a los Tercios de Castilla en el país. Veinte años antes de la ejecución de Serrallonga (24/10/1614), el virrey hispánico Hurtado de Mendoza reconocía su fracaso en la erradicación del fenómeno cuando escribía a Felipe III y le decía: “No se puede más, que la tierra los produce como hongos, ella los fomenta y los defiende”; y el duque de Lerma (ministro plenipotenciario de la monarquía hispánica) le respondía que restablecería el orden con “la conquista con la cavallería y la infantería de Castilla”.