Tal día como hoy del año 1535, hace 490 años, y después de tres días de asedio, las tropas otomanas del almirante Khair ad-Din Barbarroja, entraban en Maó y se entregaban al secuestro, violación y asesinato de sus habitantes y a la destrucción de los edificios civiles y religiosos de la ciudad. Aquel ataque se había iniciado el día 1 con el desembarque de 2.500 soldados otomanos. Aunque la ciudad cerró las puertas de las murallas, la escasa guarnición militar hispánica, los 350 civiles armados y la columna de socorro de 100 caballeros llegada desde Ciutadella (aniquilada durante el asedio) no pudieron resistir más de tres días la lluvia de fuego y piedras de los otomanos.

El día 4 de septiembre, con las defensas agotadas, se produjo un hecho execrable. Una representación de las 10 familias que ostentaban el poder político y económico de la comunidad salió del cercado amurallado para parlamentar con los otomanos. Esta representación se reunió con el mando otomano —el almirante Barbarroja y sus oficiales—, la noche del 4 de septiembre y pactó la entrega de la villa, pero no fue capaz de acordar el respeto a vidas y bienes que, siempre, era consustancial a la rendición de una plaza. La única condición que negociaron fue que en el saqueo solo se respetarían las vidas y los bienes de las 10 familias dirigentes.

Durante la noche del 4 al 5 de septiembre de 1535, Maó desapareció de la faz de la tierra. Los dirigentes locales ocultaron el pacto a su comunidad y ordenaron abrir las puertas de la muralla. Acto seguido, los otomanos se entregaron a la violación y mutilación de todas las niñas y mujeres que encontraron refugiadas en las bodegas de sus casas y al asesinato de todos los hombres que defendieron a sus hijas, esposas y madres. Durante aquella trágica noche, los otomanos saquearon e incendiaron buena parte de las casas de la villa y secuestraron a 600 personas, que semanas más tarde fueron vendidas en los mercados de esclavos de Estambul y de quienes nunca más se tuvo noticias.

Pocos días más tarde, el lugarteniente general de Mallorca —el valenciano Ximen Peris de Figuerola— ordenaba una investigación que culminaría con la detención de los 10 dirigentes locales que habían traicionado a su comunidad (8 de septiembre de 1535). Fueron recluidos en las mazmorras del palacio de la Almudaina y, después de un juicio sumarísimo que se dictaminó en pocas semanas, los cinco elementos más relevantes de aquel execrable grupo fueron condenados a la pena capital y fueron dados muerte con una lenta y agónica mutilación pública que se llevó a cabo el 24 de octubre del año siguiente (1536) en la plaza del Born, de Palma.