Tal día como hoy del año 1704, hace 321 años, una escuadra naval aliada comandada por el inglés George Rooke —que poco antes había destruido la flota española del Tesoro frente a las costas de Vigo— y por el alemán Jordi de Hessen-Darmstad —que había sido lugarteniente de Catalunya con el último Habsburgo hispánico— bombardeaba hasta la extenuación —por la costa de poniente— la plaza de Gibraltar. Aquel grupo estaba tripulado por efectivos militares ingleses, neerlandeses, austríacos y catalanes.
Mientras se producía el bombardeo, una compañía formada por 400 infantes de marina catalanes, valencianos y mallorquines y dirigida por el valenciano Joan Baptista Basset —que alcanzaría la categoría de héroe en el asedio de Barcelona de 1714— desembarcaba prácticamente sin oposición en el sector de levante del peñón, pillaba por la espalda a las defensas de la fortaleza y plantaba la bandera cuatribarrada en la playa de La Caleta, que a partir de ese momento pasaría a llamarse Catalan Bay.
El gobierno de Londres tenía muy claro que Gibraltar no era una simple operación militar. Hesse —el alemán— ocupó el peñón en nombre del Habsburgo y garantizó a los gibraltareños castellanos la vida y los bienes —un recurso habitual de la época— a cambio de rendir la plaza —otro protocolo recurrente— y de jurar lealtad al austríaco. Pero Rooke —el inglés— y sus soldados se entregaron al saqueo indiscriminado de los edificios civiles y religiosos del peñón.
Los infantes de marina de Basset intervinieron para detener la orgía de sacrilegios. Pero ya era tarde. Los gibraltareños castellanos, asustados por los excesos ingleses y abandonados por las autoridades españolas, huirían a través del istmo y, con el tiempo, fundarían los pueblos modernos de La Línea de la Concepción y de San Roque. Naturalmente, hasta que el conflicto se resolvió en las mesas de negociación de Utrecht (1713) y se confirmó la soberanía británica del peñón, Gibraltar fue solo un cuartel militar.