Tal día como hoy, hace 76 años, moría en el exilio de Montauban (Occitania-Francia) Manuel Azaña, que había sido el segundo y último presidente (1936-1939) de la II República española (1931-1939). Fue un político de una gran talla intelectual. Escritor e ideólogo. Y una figura clave de la política española de aquellos años. Tanto en su responsabilidad de presidente del Gobierno como en la de presidente de la República, impulsó políticas innovadoras que tenían como objetivo modernizar el Estado español. Fue muy combativo con el caciquismo y defendió encarnizadamente la naturaleza laica de la República.
La parte más desconocida de su personalidad -y de su obra política- es la relación de ambivalencia que mantuvo con Catalunya. Antes de la proclamación de la República, fue uno de los pocos políticos españoles que defendió el derecho a la autodeterminación de Catalunya. Proclamó que si los catalanes decidían tomar el camino de la historia por su cuenta, el Estado español no debía poner ningún impedimento. En cambio, cuando el gobierno Companys proclamó el Estado catalán dentro de la Federación Ibérica (1934), se opuso rotundamente a ello alegando lealtad a un Estatut que estaba siendo recortado a marchas forzadas.
Cuando estalló la Guerra Civil era presidente de la República. El rápido avance de los sublevados obligó al Gobierno republicano a trasladarse a València. Pero la presidencia de la República se estableció en Catalunya. Sus escritos revelan que nunca confió en la victoria republicana. Veía la sublevación -y la revolución en la retaguardia- como el fracaso de su proyecto. Que había sido implicar el conjunto de la sociedad en la construcción de una cultura democrática de valores republicanos. Y el fracaso del encaje consensuado entre Catalunya y España. El eterno debate de "las dos Españas y el problema catalán".