Tal día como hoy del año 1282 las tropas del conde-rey Pedro II (el hijo de Jaime I) entraban en Mesina, y completaban la conquista de la isla. Sicilia quedaba incorporada a la Confederación Catalano-Aragonesa -como un Estado más- y marcaba el inicio de la expansión en el Mediterráneo. Después vendrían Atenas, Nápoles y Cerdeña. Se abría un periodo de un siglo largo, durante el que la Corona Catalano-Aragonesa fue el Estado más poderoso del Mediterráneo. Sicilia estaría en la orbita catalana hasta 1713 -más de cuatrocientos años-, hasta que el primer Borbón español la transfirió a su abuelo francés agradecido por la ayuda que le había prestado para doblegar a los países de la Corona de Aragón.

La invasión de Sicilia -la de 1282- vino motivada por una herencia. Es un argumento recurrente en la historia. En la de las familias y en la de los Estados. En este caso, sucedió que el suegro de Pedro II -Manfredo de Sicilia- había perdido el trono en manos de los franceses, en el marco de una guerra general. Entonces Europa estaba dividida en dos grandes bloques: los partidarios del Papa de Roma versus los del Emperador alemán. La dinastía siciliana estaba en la órbita germánica, y los franceses en la del pontificado. En Sicilia, la maniobra franco-pontificia no gustó a las oligarquías nobiliarias.

Las familias más destacadas de la nobleza siciliana -entre los cuales había los Llúria- se exiliaron a Barcelona, a la corte de la reina Constanza -mujer de Pedro e hija de Manfredo-. Y urdieron un plan para sublevar la población y recuperar la isla. El día de Pascua de 1282 los sublevados masacraron a dos mil franceses y dos mil afrancesados, en el episodio culminante de las Vísperas Sicilianas. Poco después, las tropas catalanas -llamadas por los sicilianos- desembarcaban en la isla. Completada la conquista, Sicilia se transformó en la plataforma de lanzamiento de las expediciones conquistadoras. Las de los Almogávares. Hace 734 años.