Tal día como hoy del año 1711, hace 311 años, en Frankfurt, en aquel momento un principado independiente formado por la ciudad y su territorio inmediato; los príncipes electores del rompecabezas territorial alemán coronaban a Carlos de Habsburgo nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Esta macroestructura estatal remontaba su existencia a el año 843, cuando los tres hijos del primogénito y heredero de Carlomagno se habían dividido el Imperio carolingio. Luis se había reservado el tercio oriental de los dominios carolingios, pero el régimen resultante de la posterior Revolución Feudal de los siglos X y XI consagraría la arquitectura confederal de aquel conglomerado. Desde el siglo XV los Habsburgo ostentaban el título de emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico.

Carlos de Habsburgo, el candidato de la alianza internacional antiborbónica al trono de Madrid, fue coronado archiduque independiente de Austria en abril de 1711, después de la inesperada y prematura muerte de su hermano mayor José I. Y, poco después, relevaría a su difunto hermano en la dignidad imperial. Estos hechos obligaron a los países que le daban apoyo a replantearse su participación en el conflicto sucesorio hispánico. Después de la coronación imperial de Carlos, las cancillerías de Londres, de La Haya, de Lisboa y de Turín temieron la reedición del eje Madrid-Viena de la época de Carlos de Gante (principios del siglo XVI) y perdieron el interés en la causa hispánica del Habsburgo. Solo Catalunya se mantuvo fiel a la causa austriacista.

También después de la coronación de Frankfurt, Carlos perdió interés en sus opciones hispánicas. Las potencias combatientes iniciaron conversaciones para poner fin a aquel conflicto, y los representantes del rey Luis XIV de Francia (el abuelo y valedor de Felipe V de España) ofrecieron importantes compensaciones territoriales y económicas —a cargo del patrimonio hispánico— a los países de la alianza antiborbónica, que se concretarían en Utrecht (marzo-junio, 1713). Incluso, la cancillería de París se autoasignaría importantes compensaciones. Después de Utrecht, la guerra tomó un camino totalmente diferente y las cancillerías borbónicas de París y de Madrid llamarían a aquella última fase del conflicto como Guerra de los Catalanes (1713-1714).