Tal día como hoy, hace 547 años, se firmó –clandestinamente– el compromiso matrimonial entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, los futuros Reyes Católicos. Este acuerdo se rubricó en un pequeño palacio fortificado situado en Valladolid, lejos de la sombra de poder que proyectaban las respectivas cancillerías. Este palacio era propiedad del contador real –el equivalente a un ministro de Economía–. Un destacado personaje inmerso en una conspiración secreta para derrocar al rey. Este detalle es importante para entender el secretismo que rodeó tanto las negociaciones de compromiso como la celebración de las nupcias.

Isabel no era la heredera al trono. Para llegar, sus partidarios tuvieron que liquidar físicamente a todos los adversarios que la precedían por línea dinástica. Un hecho que dibuja con precisión el paisaje de guerra civil que presidía Castilla. Una aparente guerra entre familias cortesanas que ocultaba un conflicto internacional de gran alcance. Y un propósito: liderar el proyecto hispánico. Juana la "Beltraneja" –heredera al trono de Castilla y casada con el rey de Portugal– contra Isabel –hermanastra del rey castellano y casada con el heredero al trono catalanoaragonés–. El "partido portugués" –con Francia– contra el "partido aragonés" –con el pontificado–. La periferia dispuesta a devorar el espacio central.

Un escenario que sugiere una Castilla agotada y renqueante. Muy alejada de la imagen de potencia militar, económica y demográfica que ha presentado la historiografía española para justificar su liderazgo en la constitución de la monarquía hispánica. La candidatura de Isabel fue la apuesta de poderosos estamentos, que discretamente le desbrozaron el camino. Y también de las jerarquías católicas. Isabel y Ferran eran primos segundos y, como tales, precisaban autorización pontificia para casarse. La falsificación de la bula papal, orquestada por el arzobispo de Toledo y por el nuncio apostólico en Castilla, lo confirma.