Tal día como hoy del año 1275, hace 750 años, Florencio V, conde de Holanda y de Zelanda, otorgaba una carta comercial (un permiso para celebrar ferias y mercados) a un pequeño pueblo emplazado sobre un dique artificial construido en la desembocadura del río Amstel. Este pequeño pueblo, llamado Amsteldam (en neerlandés antiguo 'el dique del Amstel'), había surgido un siglo antes (hacia 1170) como una agrupación de casas de pescadores, pero su estratégica situación (en el centro geográfico del condado y en la parte más protegida de un inmenso puerto natural) la había convertido en un prometedor núcleo de intercambio comercial. La concesión de esta carta comercial, que transformaría radicalmente la historia de Ámsterdam, se considera el documento fundacional de la ciudad.
En aquella época (finales del siglo XIII), el condado de Holanda era una entidad política semiindependiente gobernada por la familia condal de los Teodoricos. El condado de Holanda había sido fundado a principios del siglo X (poco después de la fragmentación del Imperio carolingio) y, desde entonces, había formado parte del Sacro Imperio Romano Germánico. Durante aquella etapa iniciática (siglos X-XIII), los condes de Holanda fueron vasallos de los emperadores romanogermánicos, pero, como la gran mayoría de dominios que formaban aquel rompecabezas político, conservaron un elevado grado de independencia. Florencio V, el fundador de Ámsterdam, habría sido, también, el unificador de las casas condales de Holanda y de Zelanda, y, poco después, de Frisia.
A partir de su fundación, Ámsterdam se convertiría en un importante núcleo comercial. Su privilegiado puerto le permitiría tejer rutas comerciales con los centros comerciales marítimos de la Liga Hanseática, de la península Escandinava, de Flandes, de Francia y de Inglaterra. Entre 1275 y 1400 pasó de 1.000 a 20.000 habitantes. Los mercaderes catalanes de los siglos XIV y XV comerciaban allí a través del consulado catalán de Brujas. También durante esta época (mediados del siglo XIV) se produjo el llamado milagro eucarístico (una hostia consagrada que no fue consumida por las llamas de un incendio), que convertiría la ciudad en un centro de peregrinaje, es decir, en un foco de prototurismo.