Si la derecha catalana ha tenido durante los últimos cincuenta años a un dirigente de talla, comparable al de otros países de nuestro entorno, este ha sido sin discusión ninguna Josep Piqué i Camps, fallecido este jueves en Madrid a la edad de 68 años. Empresario y político de éxito, fue una rara avis, ya que esta combinación de profesiones no suele ser frecuente, porque los primeros no quieren dedicarse a la política y los segundos no acostumbran a tener opciones de triunfar como empresarios. Aunque acabó en las filas del Partido Popular, después de que José María Aznar le ofreciera el Ministerio de Industria en 1996, su trayectoria política bien hubiera podido tener un guión diferente si a finales de los años ochenta, Jordi Pujol le hubiera dado más juego en Convergència Democràtica cuando era director general de Indústria, primero con el conseller Joan Hortalà y después con Macià Alavedra.
Muy pronto se le quedaron pequeñas las costuras de una dirección general de la Generalitat y Pujol, pero también Miquel Roca, no estaban en aquellos años pensando en el equipo del futuro. El primero, porque pese a que tenía una buena opinión, que pasó a excelente en la época en que Piqué fue ministro de Asuntos Exteriores, se veía muchos años en la Generalitat, y Roca porque bastante trabajo tenía en aparecer a ojos de Pujol como el único recambio posible en Convergència. Piqué aprovechó el tren de la empresa química Ercros creada en 1989 y heredera de dos empresas químicas privadas: SA Cros y Unión de Explosivos Río Tinto para ganarse un nombre como alto directivo y alcanzó la presidencia del Cercle d'Economia sin rival alguno en 1995.
Cuando Aznar buscaba un catalán para incorporar a su gobierno, el nombre de Piqué descabalgó enseguida cualquier intento del PP catalán para colocar a uno de sus dirigentes. Aznar quedó muy pronto seducido por su nuevo ministro, que reunía tres condiciones que valoraba: era el puente con una aritméticamente imprescindible Convergència i Unió, que le había hecho presidente del gobierno después de pagar un peaje importante a Jordi Pujol, a quien nunca le perdonaría el alto precio desembolsado.
En segundo lugar, le permitía soñar con que el Partido Popular pudiera succionar al nacionalismo dominante en Catalunya y buscar una fórmula como la de la CSU en Baviera, donde no se presenta la CDU fruto de un acuerdo político. Y, finalmente, disponía de una oratoria brillante que le convirtió, cuando solo llevaba dos años de ministro y aún conservaba la vitola de independiente, en portavoz del gobierno. Su relumbrante dialéctica solo le falló en marzo de 2005 cuando presentó, ya como líder del PP catalán, una moción de censura al president Pasqual Maragall.
Su paso por el PP catalán, del cual fue presidente durante cinco años, hasta 2007, no fue lo exitoso que tanto él como Aznar preveían. Llevó mal pasar de conversar con el secretario de Estado de EE.UU. Colin Powell, cuando España jugó un papel decisivo en la guerra de Irak, a reunirse con un puñado insignificante de militantes del PP en cualquier municipio de Catalunya. La fortaleza de CiU para resistir el envite de una parte importante del empresariado catalán, que apostaba fuerte por Piqué, fue suficiente y la apuesta del PP quedó en nada tras las elecciones de 2003, ya que sus 15 diputados sirvieron de bien poco ante el primer gobierno del tripartito de izquierdas en Catalunya. Ello unido a que el entonces secretario general del PP, Ángel Acebes, le hizo la vida imposible y filtró que iba a despedirlo creando una gestora en el partido. El suave giro catalanista del PP de Piqué, quedó enseguida enterrado.
Pero esta biografía del Piqué político es del todo incompleta sin su última etapa que ha abarcado los últimos quince años, diez de ellos con el proceso independentista en marcha. Instalado ya en Madrid como presidente de Vueling y casado en segundas nupcias con la influyente periodista de Antena 3 Gloria Lomana, Piqué evolucionó rápidamente a posiciones muy españolistas, marcadamente antiindependentistas, cortó muchas relaciones personales en Catalunya y sus posiciones fueron cada vez más dogmáticas, mientras reforzaba su relación con Aznar, seguramente, el único político que valoraba. De su carácter tolerante y polemista quedaba bastante poco. Esta frase de 2018 es un ejemplo de su cambio ideológico radical: "Como decía Mitterrand, el nacionalismo es la guerra". O esta otra: "Corremos el riesgo de una confrontación civil en Catalunya".