En muy pocas sesiones de investidura, y la de este miércoles ha sido una de ellas, el aliciente de la jornada estaba más en el debate dialéctico, en el grado de dureza que empleaban los contendientes entre ellos que en el resultado de la votación. Básicamente porque la fallida investidura de Pedro Sánchez en esta primera votación -y, presumiblemente, en la segunda que se producirá el viernes- estaba cantada después de que el candidato socialista cerrara un pacto con Ciudadanos que es excluyente de un acuerdo con Podemos. Solo así se entiende lo que ha sucedido este miércoles en el Congreso de los Diputados donde la nueva política ciertamente se parece poco a la vieja política: costará que se repita una sesión parlamentaria de esta envergadura donde el perímetro político de tierra quemada sea tan grande.

Empezó la jornada Mariano Rajoy, renqueante y malherido, después de 70 días en que le ha sucedido casi todo y casi todo malo. Su discurso pecó de un exceso de ironía pero ganó ampliamente su duelo con Sánchez. Fue en muchos momentos faltón con el candidato pero mandó a los suyos el mensaje que traía desde la Moncloa: que no está muerto y queen el PP sigue mandando él. Un aviso para los jóvenes navegantes de la formación conservadora y para los presidentes de las grandes empresas que gastan su tiempo en hacer hipótesis sobre hipotéticos presidentes de gobierno. El grupo parlamentario popular, que sienta en los escaños a los diputados de más edad, respiraba tranquilo.

Pero el plato fuerte del día iba a ser el de Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. Iglesias arrasó con el presente y el pasado del PSOE con la fuerza de un huracán y sus críticas hacen casi imposible un acuerdo en los dos meses de negociación que transcurrirán a partir de ahora y antes de la convocatoria de nuevas elecciones. El “¡váyase señor González!” de José María Aznar al expresidente del Gobierno era casi una emisión en horario infantil al lado de las acusaciones hacia González de tener el pasado manchado de cal viva, en alusión a los asesinatos de los GAL, y de haber convertido el PSOE en el partido del crimen de Estado. Las hemerotecas no recuerdan tamaña acusación en el Congreso de una manera directa por un grupo político tan numeroso. Una coalición de gobierno entre PSOE y Podemos no parece el paso siguiente.

Albert Rivera hizo su papel de espadachín de Sánchez y se encontró cómodo. Buscó el cuerpo a cuerpo con Rajoy con la corrupción del PP y su desgana a la hora de solucionar los problemas. Rajoy se sintió aludido, pidió la palabra  y ahí perdió algunas plumas, con lo que el presidente del Gobierno en funciones salió trasquilado de este imprevisto duelo. El tipo de debate parlamentario y el relato polítco que predominó dio escaso juego a Joan Tardà y Francesc Homs. Se habló mucho en catalán (o, al menos, más que nunca) pero poco de Catalunya. Los partidos independentistas son la llave para un gobierno de Sánchez pero este no puede (¿quiere?) ni acercarse. Hoy por hoy, las elecciones parecen la única salida.

 

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