La alcaldesa de Barcelona ha sufrido este viernes tres derrotas en el pleno del Ayuntamiento en relación con la ruptura unilateral que ha llevado a cabo de las relaciones con Israel y la ciudad de Tel Aviv. Colau no ha corregido su posición, algo que no suele ser habitual en una situación como esta, ya que a nadie le gusta quedarse en minoría, y que solo es entendible en el marco de la campaña electoral municipal. El daño reputacional que pueda tener una iniciativa así para la marca Barcelona es, aparentemente, lo que menos le importa a su principal representante, mucho más interesada en movilizar a los suyos. Y es evidente que la crítica a Israel siempre es un polo de atracción para los comuns y un catalizador de posibles abstencionistas tras un mandato —el segundo— como alcaldesa en el que solo recoge suspensos de las diferentes encuestas de opinión que se han conocido estos últimos meses.

La primera derrota de Colau en el pleno se ha producido con el rechazo a una iniciativa ciudadana que defendía la ruptura de relaciones y la segunda con la aprobación de una propuesta del PSC que censuraba a la alcaldesa por la ruptura unilateral de relaciones. La tercera derrota se ha producido en el pleno extraordinario celebrado después del ordinario en que se han rechazado las políticas de boicot a Israel y Tel Aviv. Esta última decía: "El Pleno del Consejo Municipal del Ayuntamiento de Barcelona acuerda que, de manera urgente e inmediata, el gobierno municipal restablezca las relaciones con el Estado de Israel y el hermanamiento de Barcelona con las ciudades de Tel Aviv y Gaza". Un grupo de partidos encabezados por PSC y Junts la han sacado adelante con la oposición de Barcelona en Comú y Esquerra Republicana.

De las tres votaciones realizadas por el pleno municipal en relación con la ruptura de relaciones entre Barcelona y Tel Aviv, hay dos lecturas más a realizar. En el primer caso, que la votación del plenario no modifica el decreto de la alcaldesa, ya que su autonomía en esta cuestión no depende de mayorías y minorías. Con lo cual sabemos que hay una mayoría en contra pero nada va a cambiar. En segundo lugar, las alianzas establecidas que, aunque sean, a lo mejor, ocasionales, todo el mundo tiene en cuenta a falta de tres meses para las elecciones municipales de 28 de mayo: por eso, se intenta sacar punta y se mira de reojo ya que el escenario político y de acuerdos poselectorales está lo suficientemente abierto para desgastarse mutuamente.

Dicho esto, en las tres votaciones PSC y Junts han votado juntos en contra de Colau y en las tres Esquerra ha acudido en un cierto auxilio de la alcaldesa o posicionándose políticamente de manera no antagónica, habiendo votado una vez con ella y en otras dos absteniéndose. Como que en estos momentos a ninguna de las cuatro fuerzas les interesa hacer evidentes sus alianzas futuras —lo único claro es que Xavier Trias y Ada Colau no pactarán—, los análisis que se puedan hacer son al gusto del consumidor y, en ningún caso, del agrado de los candidatos partidarios de facilitar los mínimos gestos posibles y que cada elector haga la interpretación que prefiera.

La siempre compleja y delicada situación política en Israel ha servido, desde este punto de vista, como un elemento electoral y puramente tacticista por parte de Colau. También frívolo, porque lo hubiera podido realizar en otro momento por cuestiones ideológicas, pero solo en este momento le ha interesado ponerlo sobre la mesa por cuestiones electorales. Y utilizar Barcelona para ello es darle una patada a los tratados de amistad entre ciudades y pueblos, lo cual es todo menos acertado y elogiable.