Como era más que previsible, el exministro José Luis Ábalos ha roto amarras con el PSOE y ha preferido pasarse al Grupo Mixto en el Congreso que entregar su cabeza, como le pedían los socialistas desde Pedro Sánchez hacia abajo. Ábalos ya es un paria de la política, un defenestrado, pero sabe que tiene en sus manos el futuro político del presidente del Gobierno. Paradojas de la vida: su principal escudero, el que le acompañó en la travesía del desierto desde su salida de la secretaría general del PSOE, en octubre de 2016, hasta su retorno, en junio de 2017, el hombre que le ayudó a hacer posible el relato autobiográfico que explica en su libro Manual de supervivencia, tiene en sus manos, seguramente, su destrucción. Porque al lanzar los socialistas a Ábalos al precipicio, expulsándole del grupo parlamentario y, en poco tiempo, del partido, han dejado sobrevolando un artefacto mediático, político y judicial de reacciones imprevisibles.

Un político repudiado pasa a ser una maquinaria peligrosa, como Ábalos: por todas las cosas que sabe habiendo sido exministro y secretario de organización del PSOE, el número tres del partido durante más de cuatro años, entre 2017 y 2021. Sus secretos deben ser inagotables, pero también su capacidad de hacer creíbles las cosas que no sean verdad si perjudican a Sánchez. Vamos a verlo más pronto que tarde, porque el aislamiento político acaba siempre haciendo mella y la soledad pasa peaje. También veremos que si Ábalos era poco menos que un diputado intratable para la derecha, uno de aquellos diputados jabalíes que muerden siempre al adversario, acabará siendo un codiciado objeto de promesas y blanqueado por esa misma derecha. El PP, zalamero, buscando un flanco para atacar el gobierno de Sánchez y ofreciéndole, quizás, una protección que los socialistas ya no van a darle.

Ábalos ya es un paria de la política, un defenestrado, pero sabe que tiene en sus manos el futuro del presidente del Gobierno

Si la circunstancia personal de Ábalos pasándose al Grupo Mixto ya es de por sí relevante, hay una faceta que no debe olvidarse y no es otra que la pérdida de autoridad de quien era hasta hace muy poco su jefe y su amigo. Sánchez, acostumbrado como está a perder muy pocos pulsos y menos si son internos, ha caído derrotado en la lona de la autoridad orgánica. Ha pedido la dimisión a un diputado y este le ha dicho que se olvide de ello, que no piensa hacerlo.

Recuerdo, perfectamente, una conversación con un cualificado dirigente socialista, antes del pasado verano, cuando se especulaba que el PSOE podía darle la presidencia del Gobierno al PP, si había mucha diferencia de escaños, como hizo Felipe González en 1996 dando paso a José María Aznar. En aquel tiempo, fue el propio González quien llamó a Jordi Pujol pidiéndole que se entendiera con Aznar como ganador de las elecciones. Pues bien, este dirigente socialista me aseguró que eso no iba a pasar, porque el grupo parlamentario si una cosa tenía, es que sería monolítico y con lealtades personales más que contrastadas. Nadie le iba a hacer un pulso a Sánchez.

La cadena de custodia de la presidencia del gobierno socialista se ha roto por la parte aparentemente más sólida: un escudero político y un amigo personal. Y lo ha hecho con toda una declaración de guerra, propia de quien se siente desahuciado, pero que no ha escrito aún la última línea de su biografía. Ahora, solo tiene que decidir si quiere morir matando o envainársela poco a poco tras su implacable puesta en escena.